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lunes, 2 de septiembre de 2013

Alumno: Omar Casilimas. Pais: Colombia. ( Nivel Intermedio)

UN VERANO EN CARTAGENA

 Celia,   saboreando ese dulce brebaje de un té caliente… y a su vez, aspirando ese aroma agridulce del mismo, ése dulzor  me envolvía y a su vez me transportaba aquellos días remotos, dé sol y playa, que compartí con mi amigo de la universidad Andrés Casi limas……Como no olvidar a la hermosa ciudad de Cartagena de Indias, la heroica y señorial, como la llaman muchos de sus coterráneos. Y en ese preciso momento, en su  mente tomaba vida de nuevo los recuerdos de aquellos días de sol, viento salado y mar.

El gris de la tarde se iba acentuando poco a poco.  Invitaba a escuchar música suave, a tomarme de nuevo otro te.
 Celia, encendía luces, acomodaba cojines en los sillones... Sí, era la hora justa para servirse un té… ¿de durazno? Ah, ese aroma de días cálidos, de pulpa jugosa…
Se encaminó a la cocina breve y puso el agua a hervir,  abrió una nueva caja de infusiones,  ahí estaba el de durazno… ¡cómo huele! , huele a gloria….ah….
En cuestión de minutos estaría saboreando la dulzura…  con la memoria de otros días, los soleados, valles verdes de las sabanas costeñas, las blanquecinas arenas de sus playas, distantes de esta frialdad citadina de la capital.
Celia aspiro hacia dentro y por sus fosas nasales, penetro al instante una estela de vapor de té, hasta llegar a sus pulmones….ah, ese aroma agridulce, ése dulzor de la fruta del melocotón, que delicia, durazno….durazno…

Ella, con la taza de té en la mano, sé dirigió a la ventana. Empezaba llover…las gotas tintineaban en los cristales, hasta hacerlos vibrar y un aire frio, muy, pero muy sutilmente, empezó a colarse por los resquicios de los postillos, de la misma fragancia de la aromática, en un instante, lleno el ambiente. Y contemplando, aquel paisaje lúgubre y frio de la ciudad gris, producto de las oscuras nubes, cuando de repente…

Rin, rin, rin del teléfono, la despertó al instante de ese letargo. Su cerebro reacciono emitiendo un corrientoso  que bajo desde sus neuronas y se condujo por su sistema nervioso, bajando por su brazo derecho hasta su mano, dónde tenia soportado por su asa, él pequeño pocillo de té.
Y de un sopetón, su mano se impulsó hacia arriba en forma abrupta, hasta hacer derramar, tan preciado líquido. Hay jue…madre, me queme, exclamó a todo volumen, Celia y presurosa y al paso, depósito, en pequeño pocillo, sobre la consola donde se hallaba el teléfono y al instante,  procedió a levantar la bocina y contestar.
-alo, alo, buenos días, con quien hablo…
-hola, hermosa colega, soy yo, del otro lado de la línea contesto Andrés Casilimas.-
-que más, manito, amigo mío, colega,  a qué debo el milagrito-profirió Celia.
  -tiempos que no te oía, que cuentas de tu vida Andrés -profirió de nuevo Celia-
-pues ,que te cuento hermosa, seguimos restaurando casas viejas, esas que a ti te gustan, llenas de historias y de fantasmas…..ja, ja, ja, ja… como te parece ,para no perder la costumbre.- ingirió Andrés –
- ja ,ja ,ja - del otro lado de la línea soltó la carcajeada Celia, producto de esa risa contagiosa de su colega.-
 Se produjo un instante de silencio y se cesaron las sonrisas.- 
-Celia contesto-claro que me acuerdo y te cuento que unos instantes antes de la llamada, estaba pensando en ello, cómo te parece, te llame con mi pensamiento.-

- Y si Andrés colega, claro que te acepto la invitación con mucho gusto, a ver si de una vez me sacas de esa depra…-profirió de nuevo Celia-
-Entonces, hermosa, té recojo a las 8 pm en tu casa, prepara las maletas, yo pongo los pasajes que nos llevaran desde la ciudad de México, rumbo a la hermosa y paradisiaca ciudad de Cartagena.- ingirió Andrés- 
- Bueno, bueno mi cuate, estaré lista a 8 pm, te me cuidas, un abrazo-contesto Celia.-
El avión, líneas aéreas azteca, aterrizó en el aeropuerto de Cartagena, al despuntar el día, de ese fin de semana.
Tomamos nuestro equipaje de la banda y llamamos los servicios de un maletero, quién nos condujo con su cochecito cargado, hasta la zona de los taxis urbanos.
Tomamos un taxi, qué nos condujo directamente al Hotel, llamado Caribe y mar.
Más, cual sería nuestra sorpresa, al llegar a nuestro destino
   Nos encontramos de nuevo, con una casona de dos pisos, de balcones resguardados por enrejados sinuosos, con ramajes entreverados… La exuberancia del trópico. Cartagena, por fin.
Al entrar  al recinto, Celia y Andrés intercambiaron miradas. Ya habían estado aquí, ¿verdad? Ambos recordaron esa historia, sin mediar palabra. Don Jairo y su esposa Mirna los recibieron en esa casa años atrás.
Él, estruendoso en su andar, en palabras y en risas, los atendió con diligencia. Su esposa los acompañaba con una sonrisa inalterable en su rostro. Hablaba lo indispensable, tenía a punto lo que pudieran necesitar los visitantes.
Andrés, el profirió estas palabras al viento
 -Aún se conserva la casona, su estilo arquitectónico colonial, dé origen español. Aún veo intactos su balcón, con sus bolillos torneados, sus canes y su entablado de madera de su piso. Su alero en teja de barro, qué cubre ampliamente toda su fachada, pintada en cal y canto, con su zócalo verde marino
La exuberancia del trópico. Cartagena, por fin y esa sensación que despierta en las almas, cuándo se llega a un lugar, en donde vuelven a tomar vida, los bellos recuerdos.
Ellos, se les había quedado grabado en sus momerías, 
Él estruendoso meneo en su andar, el típico sabor caribello que tiene las negras en su andar, moviendo sus caderas, como si estuvieran bailando una cumbia.
Su jerga especial,  de sus palabras y sonrisas, risas que algunas veces terminaban en risotadas y la rápida disposición para atenderlos  con diligencia. -Celia, replico Andrés-
 
-esta, no era la casa de Jairo, pescador de oficio, ése des complicado y alegre costeño…ha y su esposa Mina, qué tenía un niñito, que oíamos llorar bastante, pero nunca, nos lo dejaron ver.

-Celia  contesto- claro que si Andrés, ya lo recuerdo, está es la misma casona y si me acuerdo, dé esa negra, palanquera de oficio y de su, marido el  pescadores negro y jocoso, sí se suponían que tenían un niño, qué nunca no los dejaron ver.-
-Profirió Andrés-
-tienes toda la razón mi Celia, que sería de la vida de ellos, lo que estamos observando ante nuestros ojos, Es que su casa actualmente es un hotel, llamado Caribe y Mar. 
 Ahora esa casa era un hotel. ¿Qué habrá sido de los antiguos propietarios? –pensó para sus adentros Celia
El bichito del misterio, picó sus intelectos y ambos se dispusieron a dirigirse, a la recesión y al unisonó en primera instancia le preguntaron a la administradora, si sabía algo de los antiguos dueños de tan particular casona y su respuesta no tardó en llegar, fue un no rotundo.
Preguntaron a los empleados de recepción, pero sólo conocían al dueño actual y a nadie más.
Subieron a sus habitaciones, a reacomodar pertenencias y a descansar para emprender actividades del día siguiente. Celia abrió la ventana balcón. Aires salados levantaron la cortina, ondulándola a su antojo. Aspiró profundamente ese mar llevado por el viento y se dirigió a la cama, dejando abierta la ventana. 
De pronto el sonido del teléfono interrumpió sus ensueños. Andrés como buen Arquitecto restaurador de patrimonios y  buscador perenne de hallazgos, de tesoros escondidos en inmuebles de antaño, de historias guardadas en los muros. . Sintió por primera vez en su vida la impotencia de no entender en ese preciso momento, que había sucedido con los antiguos moradores de la casona.

El sueño llegó rápido.  El mar cercano murmuraba lento y constante,  mecía sus sueños.  Inmerso en ellos surgió de pronto otro rumor: el llanto cansado de un niño, un llanto que iba y venía… El sonido se fue haciendo más claro dejando el sueño atrás. Despertaron del todo. ¿Era cierto lo que escuchaban?



Celia y Andrés salieron de sus habitaciones, aturdidos y alarmados por tal indiferencia.
Celia, amiga mía, escuchas ese llanto de un niño o es una niña, a lo cual Celia profirió,-tú también lo escuchasteis, pensaba yo que era un sueño o imaginación mía.

Andrés le contesto-no mujer, es efectivamente el llanto de un niño, que indolencia carajo, dejando sentir su rabia desahogada sobre un periódico recogido, qué descargo fuertemente sobre la baranda del corredor ,produciendo un fuerte pum….,que interrumpió parcialmente el silencio de la noche.
 Es que no hay en este hotel, La persona idónea que llame a sus padres, para que reprenda a esos padres irresponsables e hijo de su amada madre…

A lo cual Celia profirió-si verdad, que indolencia verdad, qué desconsideración con ese niñito, padres desnaturalizado y, también, que falta de respecto con nosotros los turista. 


¿Dejar llorar así a un niño? Entonces ambos en ese preciso momento tomaron la determinación de dirigirse a recepción, para denunciar semejante abandono.
¿No ha escuchado llorar a un niño?
-Preguntaron al unísono al empleado de turno.-
- No,-
-¿de qué hablan?-
- De un niño que llora incesantemente,-
- ¿acaso sus padres no están en la habitación? –
-Aquí no está hospedado ningún niño, señores.-

Con expresión displicente les dio las buenas noches y dejó el mostrador, dando por terminada la conversación.

Entonces, en ese preciso momento no nos  quedó más remedio que volver a sus habitaciones.
-¿Oíste lo mismo que yo? –
-Preguntó Andrés a Celia.-
- Sí, lo mismo, es más, ese llanto triste me despertó de un sueño profundo. Ah…-
- ¿un sueño, quizás?-
- ¿Soñamos lo mismo? ¡Por Dios!-



 En sus cuartos, instalados de nuevo, procuraron dormir, el día siguiente prometía actividad, atención prolongada… pero los ruidos continuaban… ahora se sumaban al llanto del niño, golpes de puertas cerradas bruscamente, gritos de un hombre, impaciente, casi violento. Y al impulso de esa voz dominante,  el llanto empezó a decrecer… hasta desaparecer…
Fue entonces que Andrés decidió  salir de nuevo al pasillo.  Esto fue suficiente para que los ruidos empezaran  otra vez. Allá, al término del piso, detrás de la última puerta, de ahí provenían los ruidos. Se dirigió rápidamente hacia allá,  pero al llegar, el silencio se instaló de nuevo.
Recordó de pronto su estancia con los antiguos dueños,  la noche pasada allí. Estaban en el mismo piso, y esa habitación fue la única que no fue mostrada. Volvió a su mente la luz que se filtraba por la puerta,  una luz tenue…y un cuchicheo indescifrable que engañaba al oído… ¿una canción de cuna? Curiosamente nunca comentó este hecho con Celia.

Se devolvió sobre sus pasos, pero en lugar de entrar a su cuarto, siguió de largo y bajó las escaleras para tomar asiento en el vestíbulo vacío. Necesitaba tranquilidad, necesitaba aclarar su mente, sus recuerdos.


Descubrió que no estaba solo. Desparramado en un sillón, disfrutando las volutas de su cigarrillo, se encontraba el detective Ulises, antiguo asistente suyo en investigaciones misterios, en casos espéciales cómo, avistamientos de espíritus, crímenes pasionales o procesos que habían quedado en la impunidad.

Que carajos hace este detective en este hotel, no vacilo un segundo Andrés en dirigirse a su encuentro. 
Para hacerle las preguntas del caso.
-buenas noches-profirió Andrés-
Buenas las tenga usted-contesto el detective-
-en que le puedo servir, perdón con quien tengo el gusto de hablar-
Así, perdón, mi nombre es Andrés casi limas, ya nos habíamos conocido antes, No se acuerdo usted-
-el detective profirió-mirándolo muy detenidamente, logró ver las facciones del rostro de Andrés y entonces en forma expresiva, respondió- a si claro, ya me acuerdo-hace aproximadamente 10 años atrás-como pasa el tiempo.
En el rostro de Andrés se dibujó una sonrisa de complacencia y entonces le pregunto en forma angustiosa, al detective-
No escucho usted el llanto constante de un niñito-
-el detective contesto, sí, si….Lo escucho, buen hombre no se preocupe, eso tiene su explicación y su buena explicación.-
Pero por favor tome usted asiento, haciendo con su mano el gesto de extenderla invitándolo a tomar descanso.

¡No puedo creerlo, amigo! No cabe duda de que existe la Divina Providencia, saludó Andrés. Un resoplido fue la única respuesta, pero la carcajada inmediata los unió en un abrazo afectuoso. 
¿Los turistas empiezan temprano? , exclamó el detective. Andrés lo pone al tanto de eventos y circunstancias que lo tienen insomne. ¡Vaya, pues! ¿Acaso no sabe la historia?  Andrés no responde. 
Ulises se endereza en el sillón y enciende otro cigarro.  Aquí vivía una familia. Sí, la conocí, dice Andrés. ¿También sabía que tuvieron un niño deforme?  .Sin esperar la respuesta, continúa.  Nadie lo conoció, pero la servidumbre escuchaba cosas, ruidos donde no debería haber nadie.

Un día, la esposa se fue de casa. Él abandonó los negocios, se recluyó a piedra y lodo, abriendo la puerta únicamente al proveedor de licores. Así pasó el tiempo, haciéndonos olvidar que existía… hasta que un olor fétido fue el aviso de que algo terrible había ocurrido.

Lo encontraron colgado en una habitación del segundo piso, la última.  Lo perturbador fue encontrar el esqueleto de un niño acostado en su cuna.  Dicen los que lo vieron que el esqueleto era extraño, pero no hubo manera de que explicaran más.
Los enterraron juntos.  La madre no regresó más.

Guardaron silencio, Andrés pensaba en cuanto tendría que contar a Celia.
Los amigos se despidieron para encontrarse dentro de pocas horas. El amanecer estaba próximo.

Andrés subió a su habitación,  pero se encaminó a la última del pasillo… ahí, donde el llanto continuaba.  Se arrimó a la puerta y lentamente empezó a murmurar una canción de cuna…

Cabizbajo y meditabundo, cuál sonámbulo nocturno, sé encamino a la alcoba donde se hallaba, durmiendo su amiga Celia, no cesaba de cantar, esa canción de cuna, en su pensamiento se colmaban mil y un pensamiento de recuerdos afables vividos, con aquella familia jocosa costeña.
Ton, ton, ton, en forma abrupta y fuerte toco a la puerta
Una voz fuerte replico dese adentro-ya va, manito….
-profirió Celia-expectante y asustada, pues temía que algo terrible, esa noche había ocurrido y en ese instante supuso que el que golpeaba en forma insistente y fuerte, fuese el administrador del hotel, en compañía de la autoridad competente.

Más cuál sería su sorpresa al abrir la puerta de su recamara y al encontrarse con la cara transfigurada, de su amigo Andrés.
-ándale, Andrés, dime que paso….hombre.
Andrés no cesaba de cantar, esa canción de cuna.-
Celia lo tomo entre sus brazos y lo condujo hacia su lecho.
Él se dejó conducir cual niño y sentados en el borde de su  cama, La miro a sus negros ojos y sus ojos se colmaron de llantos y entre voz entrecortado le confeso la terrible verdad del caso trágico que había acabado con las vidas del dueño de la casona y su deforme hijo, La cual le había debelado  unos segundos atrás el detective Ulises segura.
Esa noche de verano, Celia se quedó acariciando los cabellos grises de su amigo Andrés, consintiéndolo, como una madre consiente a su amado hijo, después de una reprimenda, hasta las horas del amanecer. Cómo si aquel pequeño niñito, se hubiese reencarnado en el.
Celia pensaba para sus adentros… ahí mis viejos recuerdos, ahí mis amigos…que triste desenlace.

Omar W. Casilimas Mejía

Alumna: Yolanda Carrillo. Pais: México. ( Nivel Intermedio)

EL CAMINITO DEL CERRO


Es invierno en ese pueblo frio,  conformado por cerros,   caminos torcidos,  casitas salpicadas aquí y allá.
 Sus habitantes se recogen al anochecer y la quietud se va haciendo grande.  La madre y la niña salen a veces,  con gozo anticipado,  a visitar vecinas,  a jugar loterías,  a contar y a oír historias. 
 Esa noche casi no hay ruidos,  apenas el rumor de piedrecillas que algún animal nocturno ha movido de su sitio.  Luces fijas y otras parpadeantes en el cielo.  El aliento nuevo de la noche.
Toman la vereda que a está a espaldas de la casa,  la ascienden poco a poco,  sin prisas.  Al borde del camino se asienta una barda de obra.  Hay alguien allí.  Una figura frágil,  vestida con falda y blusa ligera,  fuma,  con su rostro escondido en las tinieblas.  Sólo las volutas indolentes denotan movimiento.
 La niña,  seguida de la madre,  hace sus pisadas más suaves.  No quiere que la mujer sentada tenga miedo.  Después de todo,  se encuentra de espaldas a la senda oscura.  La niña saluda, y la figura convocada gira lentamente.  Su cabeza primero,  el torso,  casi nada.
Los ojos se encuentran y es entonces que la mujer sonríe,  con dientes fríos y opacos.  Y así permanece,  así  queda.  La sonrisa captura a la niña,  la inmoviliza... luego suspira.  El hechizo se ha roto.  Después avanza,  seguida de la madre.
 Ésta se pregunta a quién habrá saludado la niña...  o tal vez ella no pronunció palabra alguna... y sólo escuchó el rumor de voces lejanas,  dulces... traídas por el aire nocturno.... Porque ahí, en  el  camino...  no había nadie.


LOS PUNTOS DE VISTA DEL NARRADOR


Punto de vista
El punto de vista es el elemento más complicado de la narración. Si bien es posible analizarlo, definirlo, esquematizarlo, se trata en última instancia de una relación entre escritor, personajes y lector que, como toda relación, tiene sus sutilezas. Podemos discutir sobre el narrador, la omnisciencia, el tono, la distancia o la credibilidad en determinado cuento, pero ninguna conclusión que saquemos lo ubicará en el mismo casillero con otro cuento.
En primer lugar debemos desechar la acepción común de la frase “punto de vista” como sinónimo de opinión, como cuando decimos por ejemplo “desde mi punto de vista debe haber pena de muerte”. La visión del autor acerca de lo que es o debería ser el mundo se nos revelará al final, según el uso que haga del punto de vista; y no al revés: identificar las creencias del narrador no sirve para describir el punto de vista en el relato. En lugar de pensar que el punto de vista consiste en la opinión o las creencias del autor, hay que tomarlo de un modo más literal, como “el punto desde donde se mira mejor”.
¿Quién se ubica dónde para mirar la escena?
O, mejor, como estamos hablando de lenguaje, las preguntas deben ser: ¿Quién habla, a quién, cómo, a qué distancia de la acción, con qué limitaciones?: aspectos todos relacionados con la elección del punto de vista. Dado que el autor quiere hacernos compartir su perspectiva, las respuestas nos ayudarán a descubrir su opinión, sus juicios, su actitud o su mensaje.
¿QUIÉN HABLA?

La primera decisión que debe tomar un autor respeto al punto de vista tiene que ver con el narrador. He aquí la clasificación más simple que se puede hacer acerca de quién habla: un cuento puede ser narrado en tercera persona (Ella pasea bajo la luz de la luna), en segunda persona (Paseas bajo la luz de la luna) o en primera persona (Paseo bajo la luz de la luna). Los relatos en segunda y tercera persona los cuenta un narrador, los relatos en primera persona, un personaje.

Alumo: Alexis Romero. Pais: Uruguay. ( Nivel Básico)

Era una guerra intensa la que se estaba viviendo en los grandes campos de Huirle. El invierno azotaba; traía grandes fríos, tormentas y lluvias de granizo que desgarraban miles escudos de metal. Los lanceros y arqueros, situados por encima de las colinas más altas, disparaban flechas y lanzas de fuego, formando en el aire gélido grandes pantallas de balas que daban justo en los escudos de madera del adversario. Cientos y cientos de guerreros caían con un último suspiro sobre la hierba ensangrentada. La naturaleza, también se defendía de los monstruosos ataques de esos humanos, escupiendo veneno en forma de gases tóxicos que penetraba en los orificios nasales de los combatientes; hasta la última gota de veneno. ¡Por los dioses! Todo el campo de batalla se veía envuelto en hedor a carniceria. Y por si fuera poco, el clima no acompañaba; las nubes no paraban de reventar en estallidos relampagueantes. Era la más dura y cruel guerra jamás vista en millones de años.
Ni pensar, que hacía solo dos días, la tímida joven observaba en el coliseo de su pueblo natal a los dos mejores guerreros; más que guerreros, sus más fieles amigos. Los miraba combatir en la arena de combate junto a un explosivo público, que no paraban de lanzar desgarradores gritos de alegría sobre aquel espectáculo de torneo  El público demostraba su satisfacción y aprecio a aquellos dos jóvenes guerreros lanzándoles polvo de pétalos de orquídea. ¡El sonido inquebrantable del acero contra el acero de aquellas dos espadas en movimiento no paraba de sorprender! Había que estar en constante movimiento para que el frio no engarrote  a los combatientes, ni al público. En los peldaños de la tribuna se ofrecía caldo hirviendo de néctar para calentar las congeladas gargantas de la muchedumbre friolenta.                                                                                                           
Pero ahora, la joven que hace unos días disfrutaba de un ardiente caldo de néctar, ahora yacía en el campo de batalla, junto a sus amigos, para salvar el reinado de Huirle.
Al dar fin a la guerra, tras miles de vidas desperdiciadas en una guerra casi que eterna, la lluvia y la tormenta dieron lugar a un tímido sol que reaparecía de a poquito. La joven y sus dos guerreros amigos, ya en lentos trotes a caballo, marcaban rumbo al pueblo hogareño; festejando en largo camino por venir, una limpia y justa victoria.  



Alumna: Lourdes Rojas. Pais : Paraguay ( Nivel Básico)

La pesca
El amanecer baña la ciudad.  Cansado, me levanto sin prisa,  serás eso de las cinco am,  el sol apura su esplendor.  Con un poco más de diligencia me preparo para la jornada pesquera. Utilizo la ropa cómoda de trabajo, camisa, bermuda, chancletas, el sombrero que me protege del caliente calor.
Agarro el canasto,  a primera hora se realiza la primera  descarga de los pescados frescos. Aunque algunos días son de poca venta y comida. El día presagia una jornada interesante,  de modo a juntar el sustento.
Con más ímpetu,  agarró el canasto rebozado de pescados para la sopa o guisados. En primer momento comienzo con los clientes fieles, aquellos que siempre adquieren uno o más pescados, los pasos luego me llevan a las tiendas de comida, y algunos negocios de venta.
A menudo,  después de las primeras ventas, me situó en una esquina donde alguno que otro accede al rico producto. El trabajo es pesado, más una familia numerosa que espera el ingreso diario, principalmente que no le falte alimentos a mis amados hermanitos.
La asistencia diaria al colegio está  pendiente, aún así en el tiempo de descanso preparo las tareas,  leo los pocos libros a los cuales me es posible acceder. Aún pienso en los otros estudios, como el de comercio y así adquirir mi propio espacio para un negocio, y ser un negociante preparado  en la región.
Me dicen que a  los que ha salido les ha ido bastante bien,  aunque no es mi deseo alejarme del pueblo,  sería necesario prosperar en la vida.  Armando grita algún conocido, ¿aún tienes pescado fresco?, si le, contesto ¿cuánto compras?
La vida en la playa es dura, eso no significa perder los sueños. Con mis quince años las oportunidades están a la vuelta de la esquina.  Descanso a la noche hasta que el sol apure el despertar. Mi padre también ha sido un gran pescador, quien me fue enseñando estos andares,   el por su edad descansa en la loncha, a veces aquejado por los dolores de la vida.
Nuevamente me visto, tomo la merienda enriquecida con trigo, miel, leche y pan. Abro la puerta, y trato de conseguir en el puesto, los mejores pescados frescos.  Entre venta y venta;  leo un libro  y anhelo sueños reales.
Algunos domingos, navego en el mar, tratando de ser un buen velero y conocer los secretos del mar. Son muchos los turistas que gustan de viajar en las embarcaciones. Los mares traen nuevos vientos y noticias dulces.
Mi piel tostada, ciertas magulladuras muestran  cansancio y malestar, no aún así me agrada el pueblo y su mar.  El mismo mar, que mañana me conduciría a una existencia más renovada, un ambiente con más alegrías.


El té
A menudo surgen ciertos problemillas familiares. Ese día Angélica debía enviar un mensaje de suma importancia, con la intención de aligerar las inciertas dificultades. El número relativamente fácil, termina con la confusión del digito correcto, intenta que recado llegue a su destino.
El teléfono sueña ligeramente, al otro lado de la región geográfica, Tomas lee los envíos misteriosos. Con cierto recaudo, se comunica, con la persona desconocida. ¿Quién pensaría en las vueltas de la vida?, Angélica contesta el aparato, apuradamente se disculpa por el error de la comunicación.
Es una dulce voz, melodiosa como una tierna canción, las fructíferas comunicaciones se extienden a días y horas. Con sutileza florece una amistad, aunque las situaciones son diferentes por el estilo de vida que a cada uno le cabía existir.
Con el tiempo, ella insiste en invitarle a las tarde de te e intensas pláticas. Tomás, debido a su arduo trabajo, con frecuencia cansado estaba en los tiempos de la merienda, matizada con algún manjar, preparado en la cocina por las doncellas.
Tomás reposa con cierto hastió, ella se concentra en el delicioso te caliente. Con elegancia sutil, espera alargar las prosperas conversaciones.
La vida de él, con escasos tonos alegres, más el esfuerzo en tiempo y fuerza, luchar por ese negocio, que significaría mayor bienestar para su bonita familia.
Los añejos recuerdos, experiencias tristes, quizá aumentaban su miedo al amor y abrirse a una comunicación profunda y duradera con Angélica.
Las tardes significaban, de tanto en tanto compartir solo el té, la vida acompañaba de felicidad debía esperar por un tiempo indefinido. Angélica insistía con la elegancia, la compañía y el apoyo a ese entrañable amigo de amor oculto.

El teléfono sueña, a otro lado nadie contesta aún. El atardecer, con la mesita de té, espera. Tomás regresaría pronto.

CONSEJOS PARA ESCRITORES


INICIAMOS CON LOS CONSEJOS:
1.  Copiar en fichas todos los finales que se nos ocurran para un relato así como sus inicios, probar todas las combinaciones posibles y elegir la más eficaz.
2. Contemplar la vida, los hechos, los sentimientos, las cosas, las palabras… con actitud de asombro, de extrañeza, y escribir a partir de las nuevas percepciones que así tengamos de todo ello.
3. Inventar nuevas formas de enfocar nuestros actos cotidianos y escribir sobre ellos.
4. Mirar los objetos de nuestra casa como si pertenecieran a otro mundo y escribir sobre la nueva forma de percibirlos.
5. Inventar un mundo en el que las personas hablen con las cosas y las cosas hablen entre sí.
6. De entre todas las ideas que se agolpan en nuestra mente, apuntar una; la más simple, la más atractiva o la primera que podamos atrapar, sin preocuparnos por perder las restantes en el camino.
7. Es bueno relajarse unos minutos antes de comenzar a escribir, concentrarse en la respiración, para dejar fluir los pensamientos; coger al vuelo palabras que pasen por la mente y llevarlas a la página.
8. Se puede trabajar con listas existentes, tales como las del listín telefónico, la carta de un restaurante o la cartelera de los cines.
9. Plantearse la mayor cantidad posible de formas de soledad existentes para desarrollar en un texto la que más nos conmueva.
10. Observar lugares bucólicos y describirlos. Extraer noticias truculentas de periódicos sensacionalistas y ambientar los sucesos en dichos lugares.
11. Estar alerta cuando nos sentimos angustiados para rescatar aquellas imágenes que dan forma a la angustia.
12. Escribir sin estar pendientes del calendario, del reloj ni de lo que consigamos; simplemente, hacerlo.
13. Escribir sobre un tema, elegido a conciencia, que nos produzca la más intensa e íntima liberación.
14. Imaginar varias situaciones que ocurren en distintos lugares a la misma hora como método para contar algo desde distintos puntos de vista.
15. Repetir un mismo itinerario mental en distintas ocasiones para comparar resultados y recoger la mayor cantidad posible de material vivencial.
16. Imaginar un viaje de afuera hacia adentro y otro de adentro hacia fuera de uno mismo y escribir “durante” el viaje.
17. Planificar un viaje interior por el territorio que sea más propicio para las representaciones imaginarias.
18. Practicar el aislamiento durante un período programado de tiempo que puede ir desde un día completo hasta una semana, un mes… y anotar lo que experimentamos en ese lapso.
19. Escribir un texto a partir de la comparación de dos realidades: recuerdos, sueños, experiencias vividas, sonidos, perfumes…
20. Escribir un texto a partir de semejanzas y diferencias que resulten de compararse uno mismo con otra persona.
21. Encontrar las palabras que más placer nos produzcan o más significaciones nos provoquen para constituirlas en componentes de una imagen.
22. Apelar a nuestros sentidos diferenciando aromas, sabores, sonidos, observaciones y sensaciones táctiles de todo tipo para incluir en nuestra lista para constituir imágenes.
23. Dividir un objeto en el mayor número posible de piezas que lo componen para jugar con ellas en un texto, llamando al objeto por el nombre de algunas de esas piezas o partes.
24. Inventar situaciones, personajes, conceptos que nos permitan transgredir las funciones del lenguaje.
25. Reunir todo tipo de géneros y discursos y a partir del contraste entre dos de ellos, para constituir una narración: noticias periodísticas, telegramas, poemas, diálogos escuchados al pasar, etcétera.
26. Analizar todo tipo de palabras buscando la mayor cantidad de explicaciones posibles que en torno a ellas nos aporta material para un texto o nos permite, directamente, constituir el texto.
27. Inventar imágenes inexistentes, con mecanismos similares a los productores de frases hechas, y desplegarlas literalmente en un texto.
28. Tomar una idea conocida y asombrarse frente a ella como si nos resultara desconocida como método para conseguir material literario.
29. Coleccionar refranes de distintas procedencias para trabajar con ellos en un texto.
30. Inventar refranes y jugar con su sentido literal.
31. Prestar atención a los episodios cotidianos, y convertir cada mínimo movimiento ocurrido en un espacio común -un bar, el metro, un edificio, la playa- en un episodio capaz de desencadenar otros muchos.
32. Elegir momentos a distintas horas del día y describir todo lo que sentimos y lo que sucede a nuestro alrededor, más cerca y más lejos.
33. Inventariar palabras a partir del alfabeto y crear entre ellas un itinerario, el esqueleto de una historia.
34. Tomar todo tipo de secretos: un “secreto de familia”, un “secreto de confesión”, “el secreto de estado”, “el secreto profesional”, como motores de un texto.
35. Hurgar en nuestro mundo interior, rescatar de él algún aspecto que no nos atrevemos a expresar y ponerlo en boca de un personaje.
36. Confeccionar una lista de afirmaciones y otra de negaciones como posible material para un texto en el que se omita algo específico.
37. Invertir el mecanismo lógico: secreto/confesión, es una manera de enfrentar la ficción. En consecuencia, partir de una confesión para luego inventar el secreto.
38. Emborronar folios durante diez minutos exactos cada día. Al cabo de cada mes (y por ninguna razón antes) leer lo apuntado. Dicha lectura constituirá una grata sorpresa para su autor. Dado que escribió asociando libremente, el material acopiado será heterogéneo y muy aprovechable para ser transformado en texto literario.
39. Contar lo diferente y no lo obvio de cada día.
40. Trazarse un boceto de escritura “en ruta” y atrapar las ideas susceptibles de ser incorporadas a nuestra futura obra.
41. Recopilar anécdotas ajenas y apropiarse de algún detalle de cada una o de su totalidad.
42. Del intercambio de textos con otros escritores pueden surgir propuestas y comentarios reveladores.
43. Imitar una página del texto de un escritor consagrado y comprobar el ensamblaje de las palabras.

44. Rescatar la espontaneidad del niño. Jugar y crear con todo lo que se tiene a mano.

miércoles, 14 de agosto de 2013

Autora: Celeste Gomez ( Alumna del curso de Técnicas Narrativas nivel básico ). Pais: Perú

MILAGRO
Diana Fernández y Franco Veliz, una pareja de esposos, caminaban felizmente por las atiborradas calles del límite entre San Martín de Porres y Los Olivos. Ambos estaban felices y venturosos porque habían recibido la grata noticia de que pronto tendrán un nuevo miembro en su familia. Diana no paraba de sonreír, el sol brillaba en sus ojos y su voz tan delicada hacia que su esposo quiera abrazarla y besarla de alegría. Pero, eso no era suficiente para protegerse de las fechorías y maldades que rondaban en las calles. Ni siquiera se esperaban la política corrompida y poca honesta que ahora es solo una característica más, de lo impúdico e inmoral, de nuestro país. Pues, en el momento más oportuno, dos hombres intentaron asaltarlo y Franco, un agente privado de seguridad, extrajo el arma que tenía por precaución e intentó asustar a los delincuentes. Accidentalmente, se hirió asimismo, su dedo meñique; pero no se esperaba que su esposa también en el muslo derecho. Esos hombres desaparecieron entre el barullo y el pánico, y dejaron las huellas del comienzo de un terrible destino para aquella pareja.
Un día después, Diana Fernández aparece en televisión reclamando y pidiendo justicia ya que su esposo había sido, injustamente, acusado de intento de homicidio a su esposa, en la comisaria de Bellavista. Diana exclamaba indignada ante el público televisivo como esos hombres, que se hacen llamar “policías”, exigían dinero para dejar en libertad a su esposo.
Los días pasaban y Franco seguía en el penal Sarita Colonia. Su libertad estaba en juego, pues las declaraciones de su esposa no fueron suficientes para apelar a la justicia y su abogado seguía investigando el caso. Sin embargo, el arresto de su esposo no era el único problema por el cual atravesaba Diana, pues su relación de pareja estaba totalmente alejada de su relación con su familia.
Hace cinco años, una joven de veintitrés años y que terminaba su último curso en la universidad conoció a un joven, muy trabajador y perseverante, del cual se enamoró. Su amor fue ingenuo, más que eso, fue sincero. Franco tenía un sueño y era el de empezar su nuevo negocio familiar, una panadería. Por otro lado, Diana quería vivir felizmente con su esposo e hijos. Dos personas de mundos diferentes lograron encontrarse mediante sus más profundos sueños y tomaron la decisión de hacerlos realidad, juntos. Los padres de Diana no consiguieron hacerle cambiar de opinión, es más hace tres años aún trabajaban en separarlos. Ahora, cinco años después, los señores Fernández aprovecharon de esta oportunidad para llevarse a su hija y su nieto de la mala influencia que ejercía su padre en la cárcel.
Las noticias sobre una mujer que fue herida accidentalmente por su esposo empezaron a desaparecer junto con las esperanzas de Diana. Franco había caído en una de las trampas más mortales de su país, la corrupción. Dos meses y cinco días antes de que su esposo entrara en juicio, Diana entró en estado de depresión el cual era demasiado peligroso para su bebe. “No quiero perder a mi hijo, mamá… tampoco quiero perderlo a él”, dijo a su madre en un eterno sollozo, que poco a poco hizo que se quedara dormida.
Al día siguiente, Diana había tomado una decisión. Ese mismo día partió con sus padres al extranjero con el fin de darle una buena educación a su hijo y así alejarse de los prejuicios que podrían destruir a su familia. Tres días después, Franco había sido condenado a ocho años en prisión por intento de homicidio a su esposa. Sin saber su paradero, Franco guardó en el fondo de su corazón la más triste agonía y a la vez el más doloroso rencor hacia la mujer que amaba por haberlo separado de su hijo.
Veinte años después, un avión regresa al país con un centenar de turistas. Muchos llegan felices y sorprendidos de las muchas novedades que encuentran, muchos vienen por trabajo hasta por problemas personales, los cuales deberían ser orados por su bien y felicidad. Muchos de ellos no saben de la realidad que los rodea, uno de ellos es un joven de unos  veinte años que llegaba al Perú con el fin de buscar nuevos ingredientes para sus nuevas recetas.
-          ¿Aló? Mamá, soy yo Santiago, he llegado sano y salvo como te lo prometí. Ahora mismo, estoy en el hotel.
-          ¡Qué buena noticia! No sabes cuánto esperaba tú llamada, Santi.
-          No te preocupes, ma, regresaré pronto.
-          Eso espero, hijo. Aquí te espero.
-          Lo sé, pero primero debo ir a The Rose, el mejor restaurante peruano.
-          No te olvides de traerme algo, ¿sí?
-          Está bien, ma, como tú digas, ahora a trabajar.
Luego de colgar la llamada, Santiago se dirigió inmediatamente al paradero de taxis que se encontraba fuera del hotel. Tomó el primero que encontró vacío. “The Rose, por favor”, dijo entusiasmado al chofer. “Entendido”, respondió. Santiago estaba deslumbrado por las hermosas calles que veía a través de la ventana del auto. Las casas se notaban acogedoras y lujosas, los parques exaltaban vida y alegría los alrededores y las personas denotaban  educación y respeto.
-          Hermosos paisajes, no los esperaba – miró al espejo para ubicar la mirada del conductor.
-          ¿Americano?
-          Yo sí, pero tengo familia peruana de parte madre.
-          Ya veo, se pueden notar en sus rasgos.
-          Disculpe, habrá un camino más corto. Estoy algo apurado.
-          Los caminos largos son más seguros.
-          Eso no significa que los cortos no lo sean, vamos, te pago tres soles más.
-          Bueno, si lo pones de esa manera… iremos por el puente.
-          ¿Hay ríos cerca?, increíble, este país es muy hermoso, ¿podríamos para tomar unas fotos?
-          Eso depende.
-          Okey, okey, dos soles más ¿Le parece?
-          Por eso me caen bien los extranjeros.
-          Great. Lets go!
Santiago era una persona carismática y siempre veía el lado positivo a las cosas. Le gustaba enfrentarse a nuevos retos, esta vez, comenzó con un sueño cuando era niño: ser un cocinero famoso. También era muy amoroso con su madre, la engreía mucho, por eso quiso probar con la comida de su ciudad natal, Lima.
Luego de la conversación con el conductor, este pisó fuertemente el acelerador y giró a la derecha, luego siguió cinco cuadras hasta llegar a la siguiente esquina, por la cual debía voltear.  Antes de eso, Santiago observó un cartel que decía: “Baje la velocidad, puente angosto  a 200 m”.
-          Debería bajar un poco la velocidad, ¿no cree?
-          No se preocupe, cruzamos el puente y ya llegamos.
-          El caudal del río es inmenso. ¿No podían hacer un puente más ancho?
-          No todo es perfecto ¿verdad?, sobre todo nuestra política.
Santiago miró muy fijamente el río y se dio con la sorpresa que la orilla habían unos niños recolectando basura. Obviamente, se dio cuenta de que no estaba en la zona “real” del país. Todo estaba disfrazado con maquillaje y sonrisas falsas. Así debías ser, si querías sobrevivir, pero este país no era el único, era solo uno más de tantos que eran dominados por la corrupción y transgresiones de un gobierno.
El tráfico empezó a acumularse en el puente y solo había dos vías contrarias. Los autos empezaban a moverse con tal de pasar al de adelante. Santiago no se percató del auto de atrás mientras miraba muy atentamente a los niños. El conductor aprovechó el momento preciso para hacer una maniobra peligrosa: adelantarse al auto siguiente y esquivar al que venía en dirección contraria. Error sumamente predecible, pues el choque ocasionó que varios autos chocaran entre sí. Un camión pequeño de combustible pasaba en ese momento por ahí y de repente colisiona con el auto que estaba enfrente de Santiago. El puente se rompe, muchos caen y el auto de Santiago se encontraba volteado al filo del puente.
-          ¡Sal del auto rápido! – gritó el conductor.
-          Lo ayudaré primero, deme la mano.
-          ¡Vete, tonto!
-          ¡Deme la mano rápido!
La presión se acumulaba en Santiago, pero se dio cuenta de que era imposible. El auto cayó con el chofer dentro. Santiago solo vio cómo su rostro desaparecía entre las aguas. Intentó pararse, pero no podía ver nada. El humo de la explosión no cesaba y no se escuchaba algún sonido humano, excepto por el de una ambulancia. Santiago siguió dando pequeño pasos y lo lejos vislumbró una luz que se acercaba a él. Era un auto y al parecer no tenía freno. Santiago se asustó y retrocedió, y un mal movimiento causó su caída al río.
Las aguas estaban heladas y las corrientes estaban demasiado fuertes como para poder nadar. Los niños habían desaparecido del susto. Vio como el puente se incendiaba a lo lejos y también como algunas personas que  del dolor se tiraban al río. Intentó agarrarse de una roca pero solo logró golpearse con una rama. No pudo ver más, se hundía, no podía respirar y lo peor es que estaba en dirección al mar.
Al día siguiente, un anciano caminaba por la orilla de la playa. El sol era radiante y las brisas eran frescas. Caminó un poco como siempre hacia, pero esta vez se topó con algo inesperado: un cuerpo inconsciente. “Es un joven, definitivamente peruano. Debe ser uno de los que cayó en aquella explosión”, pensó. Rápidamente, dio un silbido y enseguida apareció una joven.
-          Papá, ¿Qué pasó? ¿por qué silbaste?
-          Rosi, ven rápido y ayúdame a llevarlo a casa.
-          ¿Está vivo? Deberíamos llevarlo al hospital.
-          No, no quiero tener ningún problema, mejor ayudémoslo y que se vaya por su cuenta.
-          Pero…
-          ¡Ya dije! Ya tenemos suficientes problemas con el gobierno como para tener otro.
-          Está bien, pero luego no te quejes.
-          Está niña, ya llevémosle.
Rosi y su padre llegaron a su casa, hecha de madera y el techo de cartón duro cerca al mar. Al entrar, Rosi apagó el horno y sacó el pan recién hecho para ponerlo en la mesa. Luego, se dirigió a ayudar  a su padre para acostar al joven sobre el pequeño sofá que estaba cerca del horno.
-          Listo, ahora dale un poco de agua.
-          ¿Por qué yo? Tú lo encontraste, ¿recuerdas?
-          No te lo he preguntado, es una orden, Rosi.
-          Okey, okey.
-          ¿Qué te he dicho de esas palabras extranjeras?
-          Lo sé, nunca decirlas, no son necesarias aquí.
-          Iré a lavarme y luego iré a trabajar. Te quedarás en casa, le darás un poco de pan y leche y luego deja que se vaya. ¿Escuchaste?
-          Sí… papá.
El anciano salió muy rápido del baño, pues su trabajo para él era muy importante. Por suerte, solo tenía que cruzar la calle. Era un pequeño establecimiento muy humilde, era su propia panadería. Los vecinos lo respetaban y querían mucho, era un buen hombre de buen corazón y en el mostrador siempre tenía una foto de Rosi y él.  Mientras tanto en su casa, su hija daba de beber al joven hasta que por fin recobró la conciencia.
-          ¿Dónde estoy?
-          Esta es mi casa, mi padre te encontró en la orilla del mar, cerca del desemboque del río.
-          ¿Quién eres?
-          Rosi, dime ¿recuerdas lo que pasó?
-          No… yo… solo recuerdo la explosión y a ese… hombre.
-          ¿Hombre? ¿qué hombre?
-          El que cayó por mi culpa.
Las lágrimas empezaron a brotar de sus ojos. Rosi solo lo miraba fijamente, se dio cuenta que no era una mala persona.
-          ¿Cómo te llamas?
-          Santiago.
-          Mi nombre es Rosi, Santiago, ¿quieres comer algo?
-          No, solo regresaré al hotel.
-          El próximo bus a la ciudad sale en tres horas.
-          Dios, ahora, ¿Qué hago?
-          Calma, puedes descansar por el momento aquí – entonces recordó lo que dijo su padre – no… olvídalo, no puedes quedarte, por aquí hay un motel cerca, ve allí.
-          Pero… no tengo dinero.
-          Entonces…
-          Rosi – sostuvo su brazo – tienes que ayudarme a regresar, le prometí a mi madre llamarla cada noche antes de llegar al país – soltó su brazo – debe estar preocupada, no quiero ponerla así.
-          Mira, toma cincuenta céntimos y ve a un teléfono, pero si mi padre te ve todavía aquí….
-          Rosi, por favor, nunca había sentido tanto miedo en mi vida, nunca me había sentido tan solo.
-          Al menos tu madre está contigo y te espera. Mi madre me abandonó cuando era solo una bebe.
-          ¿Y tu padre?
-          No lo sé, debe estar viviendo en algún, gracias a Dios, Franco me encontró.
Santiago al escuchar ese nombre empezó a retroceder en el tiempo rápidamente. Érase unos diez años cuando Santiago iba a la escuela primaria en Estados Unidos. Su madre siempre lo llevaba y recogía, y cuando llegaba a casa, sus abuelos estaban para recibirlos. Todo parecía perfecto hasta que una noche Santiago se levantó por una pesadilla. En el trascurso de ir a la habitación de su madre, escuchó a sus abuelos discutiendo con su madre sobre un tal “Franco”, luego de unos minutos una palabra fue reconocida: “padre”. Nadie se dio cuenta de su presencia y Santiago regresó a su habitación para quedarse dormido de los miles de sueños que tenía junto a su padre. ¿Quién era él? ¿Dónde estaba? ¿Por qué no vivía con él?, todas esas incógnitas lo perseguían hasta ahora. Aunque nunca trato de buscarlo, no significa que no lo deseaba, pero no podía dejar a su madre, después de todo lo que sufrió por criarlo con las reglas de sus abuelos.
-          ¿Dijiste Franco?
-          Si, ¿por qué?
-          ¿Puedo ver una foto de él?
-          ¿Lo conoces?  - señaló la foto que estaba encima de la mesita de al lado.
-          No se parecen en nada.
-          Obvio, ¿ no? Pero aunque no lo creas, nos parecemos bastante, ambos seguimos nuestros sueños.
-          ¿En que trabaja?
-          Es panadero.
-          ¿Ese era su sueño?
-          No le veo nada de malo, es más, lo envidio por ser tan perseverante en la vida, pues no la tuvo fácil.
-          ¿Qué quieres decir?
-          ¿Qué tal si te lo cuento yo mismo? – dijo Franco al abrir la puerta y sentó junto a él- dime, ¿estás ya mejor?
-          Sí, señor, muchas gracias, le debo la vida.
-          ¿tú? No lo creo. Solo un hijo le debe la vida un padre. Luego nada más.
-          Verá… yo no tengo padre. Mi madre se separó de él cuando se embarazó.
-          ¿Por qué? – intercedió Rosi.
-          Niña, deje de chismosear la vida de los demás y vaya a ver el horno.
-          Ya, papá.
-          Niños – se quejó – bueno dime, ¿tu nombre es?
-          Santiago, señor.
-          No crees que es hora de irse.
-          Según su hija, el bus sale en tres horas.
-          Y… ¿crees que mi casa es un hotel de lujo o algo así?
-          Señor, al menos, déjeme preguntarle algo.
-          Rápido antes que eche a palazos.
-          De casualidad, ¿tiene hijos? , claro hijos de su sangre.
-          Rosi, ¿Qué le has contado?
-          Nada, pa, está delirando.
-          Será mejor que te vayas.
-          Espere… espere… no me cierre la puerta…. Conoce a Diana Fernández.
El silencio permaneció dos horas. Santiago fue a sentarse cerca del mar. Se quedó maravillado por el hermoso paisaje. Así olvidaba la rara escena que acababa de ocurrir hace unas horas. Cómo era posible que fuera su padre, pensó. Faltaba poco para que saliera el bus, así que se paró y siguió su camino. Ya en las calles vio tantas cosas que le llamaron la atención como las casitas hechas de madera y pocas de cemento, muchas de ellas en lo alto del cerro.  Las personas eran diferentes a las otras que había visto cuando estaba en el taxi. En realidad, era igual solo que unas sufrían más que otras y eso borraba su sonrisa. Vio a una anciana en su puesto de frutas y pensó en pedirle un poco, no estaban malas, en realidad estaban muy bien cuidadas. La señora fue muy amable a pesar de su condición, eso hizo que Santiago sonriera, además en una esquina vio que ahí estaba los niños de la orilla del río jugando y saltando entre ellos. Estaban felices con lo que tenían, corrían en las calles, jugaban en el mar, para ellos la vida que vivían era natural.
-          Tú eres el joven que encontró Don Franco, ¿verdad? – insinuó la señora.
-          Sí, todos lo conocen por lo que veo.
-          Es una buena persona, ha sufrido bastante.
-          ¿Por qué?
-          No le digas que te dije, pero por ahí me contaron que una vez, hace veinte años el era un joven muy enamorado, es más iba a tener un hijo.
-          ¿Y que pasó?
-          Lo encerraron en la cárcel por dispararle a su esposa.
-          Quiere decir que la asesinó.
-          La historia se pone más interesante, en realidad, la salvó.
-          ¿La salvó disparándole?
-          Niño tonto, intentó defenderla de unos delincuentes pero al final todo salió mal.
-          ¿Y dónde está esa mujer?
-          Nadie lo sabe. Creo que ni siquiera él, creo.
-          Este país está hasta las patas.
-          Pero que podemos hacer, no hacen caso a la mayoría así no hay progreso. Pero, hijo ¿Qué haces aquí? Ve a vivir la vida y no te encierres en este pueblito.
-          Pero, me está empezando a gustar este lugar, tiene algo que yo nunca encontré en otro lado.
-          ¿Qué?
-          Unión.
La señora le sonrió y le dio una moneda de cincuenta céntimos para que hiciera una llamada a algún familiar. Santiago agradeció y se despidió.
-          ¿Aló? ¿Mamá?
-          Santiago, gracias a Dios que estás bien, ¿Dónde estás?
-          En un pueblo cerca del desemboque del río, lo siento por no llamarte.
-          Escuche lo del accidente, estoy en camino.
-          Estás viniendo hacia acá.
-          Si, Santi, te veré pronto, espérame en la estación de bus, ¿entendiste?
-          Está bien, te veo luego.
Santiago se despidió de la señora de las frutas y se dirigió caminando hacia la estación. “Solo he estado unas horas aquí y ya se siento que estoy alejándome de mi hogar”, pensó.  Su corazón se agitaba con cada paso que daba, se sentía asfixiado, el calor era sofocante, al llegar vio un niño tomando agua de una botella, se acercó y le pidió un sorbo.
-          Debí darte algo de comida y agua cuando te fuiste – apareció Rosi.
-          Rosi, ¿Qué haces aquí?
-          Mi padre, bueno… tuvimos una discusión…
-          ¿Tiene que ver conmigo?
-          Algo así.
-          Dime, Rosi, mi madre está por llegar, quizá no pueda volver más.
-          ¿Tu madre? Esa es una buena noticia, mi padre… digo el señor Franco se pondrá muy feliz.
-          ¿Qué quieres decir?
Rosi estaba por contarle todo lo sucedido cuando él se fue de la casa, pero un auto lujoso paró en frente de ellos y de él bajo una hermosa dama, la cual vestía un hermoso conjunto de color palo rosa, su cabello sujetado y su maquillaje tan natural que hacia reflejar su bella sonrisa.
-          Mamá, llegaste.
-          Santi, es un milagro – lo abrazó fuertemente.
-          Estoy bien, ma, estoy bien.
-          Su hijo es muy fuerte. Debe estar orgullosa – dijo Rosi.
-          Si, lo estoy – miró con orgullo a su hijo – ¿Tú eres?
-          Ah, lo siento, mi nombre es Rosi, hija… adoptiva del hombre que lo encontró.
-          Rosi, no tienes porque… - dijo Santiago.
-          Si, Santiago, si tengo, tu madre no puede malentender nada.
-          ¿Malentender qué?
-          ¿Qué tal si hablamos en el café? Está muy cerca.
Ambos asintieron y Rosi los condujo hacia el lugar. La conversación comenzó muy amena, es más el joven de la caja pensó que Rosi era hija de la señora Diana. Toda iba bien hasta que Rosi tocó el tema del pasado. Ella explicó el resentimiento que sentía Franco y que aún estaba tratando de entender. Santiago quedó enmudecido pero a la vez sonreía porque la persona que lo salvó era su padre. Lo que no esperaba es que su madre estuviera totalmente seria y calmada. Simplemente, agradeció por el café y se fue. Santiago intentó detenerla, pero fue imposible. Nunca había visto a su madre de esa forma, tan furiosa y alejada. Definitivamente, todo concordaba sobre todo la historia que le contó la señora de las frutas.
-          Mamá, por favor, quédate, estoy de acuerdo con Rosi.
-          Siempre te he dado mi apoyo en todo, Santi, pero esta vez eso será imposible.
-          Mamá…
-          Puedes quedarte si quieres… después de todo es tu padre.
La señora Diana se alejaba y se alejaba en pasos eternos. Deja así su sombra y silencio en todo el ambiente. Santiago y Rosi estaban tristes, su familia se había vuelto a separar y todo parecía imposible. El mesero, que había escuchado parte de la conversación, parecía conmovido y se acercó: “Rosi, tu padre está buscándote”.
-          Será mejor que me vaya.
-          Espera al menos debemos hacer que se encuentren, por favor, acaso no se lo debes a Franco.
-          Y ¿qué pasará luego? Quizá solo se distancien más.
-          Mi madre cometió un error, pero si no fuera por ella, yo no sería lo que soy hoy y tú… y tú no estarías aquí, Rosi.
-          Sé que Diana y Franco necesitan conversar, pero… ¿por qué tú no con él?
Rosi se despidió con una sonrisa y luego se acercó al mesero para pagarle la cuenta. “No es necesario, Rosi”, le dijo. Ella siguió su camino y con un gesto amable le agradeció al mesero por su atención. Santiago pidió una taza de café más y empezó a reflexionar en todo lo que había pasado, sobre todo en las palabras de Rosi.  Luego comenzó a deambular por las calles, a ver si así encontraba una respuesta. Todo había pasado tan rápido que parecía uno de esos sueños que tenía de niño con su padre. “Hay tanto que quisiera contarle”, pensó.
El atardecer empezaba a notarse, las olas del mar parecía calmadas y el cielo denotaba un hermoso paisaje. Las huellas se borraban por el agua en la arena y el camino que formaba Franco desaparecía. Miraba constantemente el cielo y recordó su viejo hábito de jugar con las formas de las nubes, comenzó a reírse y disfrutar el momento, pero al final era solo el comienzo para dejar caer las lágrimas reprimidas del pasado.
-          ¿Un pañuelo?
-          Santiago, tú… ¿Qué haces aquí?
-          Rosi nos contó todo.
-          Esa niña… pero ¿nos?
-          Mi mamá vino a verme justo cuando Rosi estaba conmigo.
-          Diana…
-          Si…. Papá…
-          Lo siento… realmente lo siento… yo…
-          Lo sé, lo sabemos, pero mi mamá…
-          Nunca va perdonarme.
-          Pero… ¿tú a ella?
-          En ese momento, tú eras nuestra más importante prioridad, en ese momento haríamos cualquier cosa por mantenerte a salvo.
-          El mundo… no ha cambiado… sigue separando a las personas… a las familias.
-          Para que cambie se debe…
-          Unir a las familias ¿no?
-          Si, hijo.
Franco orgulloso tomó la mano de su hijo y lo abrazó fuertemente. Ambos dieron una larga caminata por la playa y comenzaron a contarse su historia de estos veinte años. Franco le contó lo sucedido hace veinte años, también cuando encontró a Rosi y su sueño de panadería. A la vez, Santiago le contó sobre los recuerdos que tenía junto a su madre, lo sucedido en el accidente y lo feliz y calmado que le hacía sentir este lugar.
-          Ya era hora que llegaran, es hora de  la cena – insinuó Rosi.
-          Gracias… hermana.
Los tres empezaron a reírse. Luego de una apetitosa cena conversaron un poco sobre la vida en este lugar. Rosi era de esas personas que le gustaba hacer bromas y que solía ayudar mucho a los vecinos. Franco atestiguó eso, pues le contó como ella ponía todo su empeño en la panadería. Lo pasaron bien, demasiado bien, pero al final de la cena solo quedaba un asiento vacío. Rosi y Santiago conversaron seriamente con Franco. Aún había algo por hacer y ese algo no podía quedar el pasado. Pero, Franco tuvo una idea más… romántica.
-          Mamá, ¿puedes venir por mí?
-          No volveré, Santi, regresa ¿okey?
-          Si no vienes, puede ser que te arrepientas toda vida, ven por favor.
-          Te veo en la estación.
-          No, necesito que vayas a otro lugar.
Santiago había terminado una parte del plan, ahora todo quedaba en manos de Franco y Rosi. Mientras tanto, cuando Diana llegó se dio con la sorpresa que los habitantes del pueblo habían desaparecido. “Definitivamente algo está pasando aquí”, se dijo asimisma. Continuó caminando y llegó a un pequeño establecimiento. Leyó el cartel de arriba “Panadería Milagro” y se vio que la puerta estaba entreabierta. Se acercó y la abrió. Las luces se prendieron todas a la vez y vio que todo estaba decorado.
-          Mamá, toma, lo necesitarás – puso en su mano un bouquette.
-          Santiago, tú…
-          No, yo no… él.
Todos  estaban vestidos muy elegantes: los vecinos, Santiago, Rosi y Franco, quien estaba en el centro, junto al padre. Diana caminó lentamente hacia él. La música empezó y todos se pararon para la entrada de la novia. Santiago y Rosi seguían a Diana detrás como dos pequeños niños.
-          No has cambiado nada – susurró Diana a Franco.
-          Mejor tarde que nunca, ¿verdad?
-          Tonto, ya nos habíamos casado.
-          Pero… no con toda la familia.
Santiago no dejó de sonreír aquel día, su madre nunca estuvo tan contenta y Franco dejó atrás los rencores. Rosi pertenecía a una familia completa ahora y el pueblo los ayudó para que su casa fuera un poco más grande, pues dos nuevas personas iban a mudarse. Santiago no dejó su sueño atrás y trabajó arduamente con su padre para sacar un restaurante y una panadería a la vez. Ambos se volvieron muy unidos al igual que Diana y Rosi.
Luego de la boda, Santiago quería que sus padres se fueran de paseo por un tiempo. No dudo más y llamó a un taxi para que los llevara. Lo que no se esperaba era que sería el mismo taxista de aquella vez.
-          Nos vemos otra vez, extranjero.
-          ¿Usted?
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