ESTUDIANTE: SRA. BETINA CHIAN
Cuento: Noctambulo
NOCTÁMBULO
Bettina
Chian
Marisa
en su hogar: una vieja casona en San Isidro, a la vuelta del Club del Golf… de
las pocas sobrevivientes en medio de los gigantescos edificios que han exterminado
la tradición del distrito, otrora sede de embajadas. Echada sobre su edredón de plumas no puede
leer, no puede ver tele. Se sienta. Consulta la hora en su despertador de Hello
Kitty, algo que todavía le queda de su cercana niñez. Camina al tocador… se
mira al espejo: ese granito inoportuno que otra vez trata de ocultar con crema
– ¿hasta cuándo será esta estupidez de los granos? – se pregunta. Vuelve a leer
el mensaje de texto: “Ya toy crca d tu ksa”. Cosquilleo. Va al baño, muerta de
nervios. Una vez más mira la hora. Se lava y se echa perfume por todas partes,
ése que vuelve loco a Nicolás desde hace dos años.
Por
fin le vibra el celular (le ha pedido que no toque el timbre, para que Julia no
se dé cuenta). Verifica por la mirilla
quién es – una de las pocas recomendaciones que sigue de su madre – y al comprobar
que es Nicolás, le abre la puerta, preludio de su disposición a recibirlo por
completo esa noche especial.
-¡Entra
rápido! Hace un frío del diablo – Marisa jala del brazo a Nicolás. Cierra la
puerta y el viento helado se queda con las ganas de entrar. Se besan con esa
intensidad que sólo dos adolescentes pueden expresar sabiendo que la casa está libre
para ellos. Cuando por fin sienten que necesitan tomar aire, se observan el uno
al otro: él ha venido con sus jeans apretaditos (¡riquísimos!) y la camisa afranelada
de cuadros rojos y negros encima del polo de Linkin Park… pero lo mejor es su
sonrisa, más sexy ahora con los bracketts. Ella también viste unos jeans
stretch que dejan ver parte de la delicada mariposa tatuada en la cintura (por
la cual su mamá la castigó dejándola sin quinceañero), una blusa lila cortita
que acentúa sus formas – friamente calculado - y el chaleco tribal, siquiera
para abrigarse un poco; y es que se puede estar congelando, pero todo sea por
verse atractiva para Nicolás.
Son
perfectos. Se sonríen. Se besan una y otra vez hasta el cansancio - ¿podrían
cansarse? - intercalando los te quiero y te amo respectivos…
-
¡Qué bueno que pudiste venir! ¿Cómo hiciste? – pregunta ella, loca de alegría,
mordiéndose los labios de los nervios.
-
Les dije a mis viejos que me iba a dormir donde Gustavo.
-
¿Estás loco? ¿Y si llaman a su casa?
-
¡Relájate gordita! – así la llama Nicolás - Ya quedamos. No problem. Además sus
viejos se van a una fiesta. Nadie se va a enterar – contesta él, jalándola
hacia sí mismo. La abraza con fuerza, pasa sus dedos entre los castaños rizos
de ella, tan largos, juega a enredarlos, a desenredarlos…acaricia su nuca, su
rostro…
-
¡Espera! – le susurra Marisa al oído –
Creo que la Julia sigue por ahí. Mi mamá
le dijo que estuviera chequeándome de rato en rato.
-
¿Por qué será, pues? – interroga Nicolás traviesamente y la comienza a besuquear.
-
¡Amor! ¡Para! – ella lo aparta y va a la cocina, tratando de caminar con
naturalidad, haciendo sonar sus zapatos al ritmo normal. Echa un vistazo:
efectivamente, ahí está la Julia, sentada, leyendo el horóscopo. En verdad ya
no tiene nada que hacer pues Marisa, con el cuento de la dieta, no cena más que una mandarina, que ella ya le
dejó peladita en su plato.
-
¡Julia! ¿Qué haces aquí todavía?
-
Estoy leyendo mi suerte, neña – para Julia, Marisa siempre será la niña de la
casa -To mandarena ya ti la he pelao.
-
Ya. Gracias. Puedes irte a tu cuarto entonces.
-
Todavea es temprano, neña. ¿Quicosa va decer to mamá si se lo entera?
-
¿Y quién le va a contar?
La
vieja empleada la mira un tanto sorprendida y en un instante comprende. Con
ademán de cansancio cierra el periódico, lentamente se levanta de la silla y
antes de retirarse muestra su sonrisa pícara y desdentada diciendo:
-
Ajajá neña. Segoro ya llegó el neño Necolás, ¿no? No estéan haciendo
travesoras, ¿ya?
Marisa
se pone colorada e intenta decir algo, pero decide cerrar la boca y se da la
media vuelta sonriendo: esta Julia tan bajadita no es. Se da cuenta de todo….
debe ser porque está mucho tiempo aquí... Pero es buenagente y de hecho no le
va a contar nada a mamá. Muy animada regresa a su habitación, donde Nicolás la
espera echado sobre la cama, leyendo revistas. En la radio comenzaba a sonar Justin
Bieber, pero él lo cambia de inmediato, pues es demasiado gay. Ella le hace
cosquillas en los pies (a pesar de saber que no le gustan) y anuncia
solemnemente:
-
Asunto arreglado. ¿En qué íbamos?
Entonces
se lanza violentamente a su lado. Las hormonas trabajan a mil por hora y tanto
él como ella están dispuestos a ir más allá de lo imaginable: es la oportunidad
de sus vidas. La mamá de Marisa nunca lo sabrá, anda ocupada paseando con sus
amigas en París, ciudad de l’amour, oh la la… Pero el amor está aquí, en la habitación
de Marisa, y se manifiesta en las miradas tiernas, las caricias, los susurros,
los besos – primero cortitos, luego más prolongados. ¡Fuera la camisa de
cuadros, fuera el chaleco tribal! La música incita a acariciarse con más fuerza
y a seguir… seguir…
Rrrring!
Como
en las películas, ha timbrado el teléfono y todo se congela en el preciso
momento en que la acción comenzaba. La mezcla de adrenalina con estrógenos y
testosterona baja a su nivel mínimo y la habitación de la niña-casi-mujer es
testigo del suspiro a dúo. Sonriendo resignadamente Nicolás da vuelta quedando
echado boca arriba. Marisa se levanta de un salto y corre al teléfono mientras
se abotona la blusa y se arregla un poco los cabellos (no vaya a ser que Julia
regrese por algo). Fastidiada levanta el auricular y desea que no sea nada
importante para continuar con lo que habían empezado.
Escucha
un gemido…. parece ser la abuela. Sí, es ella sollozando. Marisa no necesita entender
sus palabras, porque ya ha comprendido el mensaje: el abuelo se ha ido. El
maldito cáncer finalmente ganó. La abuela se ha quedado sola. ¡Pucha madre!
¿Por qué justo ahora?
-
Tranquila abuela, tranquila, ya está bien... No llores abuela… Sí, ya sé…
Sí…Pero ya no llores… ya pasó, ahora está mejor….Sí abuela, sí. Vamos a rezar….
Ya…. Sí, sí. Yo le aviso a mi mamá…. Ok abuela. Ya. No sé si iré yo para allá,
tengo colegio, pero de hecho que mi mamá sí…. Ya abuela. Descansa… Ya, hasta
mañana abuela.
Marisa
cuelga lentamente. El llanto de la abuela permanece dando vueltas en sus oídos.
De pronto se le aflojan las piernas y termina sentada en el piso. La casa se le
hace más fría que nunca, ¿o será porque dejó el chaleco en la cama? ¡Pucha
abuelo! ¿Por qué se te ocurrió morirte hoy?
Justo ahora que ha venido Nicolás y no hay nadie que moleste… ¡Qué
roche! No quiero que me vea llorar, va a pensar que estoy horrible… ¿Y ahora
cómo se lo digo a mi mamá? ¿Se va a poner recontramal y cómo va a seguir su
viaje? Mejor no le digo… pero mejor sí. ¡Pucha abuelo!…. hubieras esperado un
poco….¿La llamo? ¿No la llamo? Hmm…mejor la llamo ahora, porque sino le da
chucaque cuando se entere de golpe en el aeropuerto a su llegada. Sí. Mejor la
llamo, ¿qué hora será por allá? ¿Creo que me dijo seis o siete horas más?
¡Asumadre! Deben ser como las cuatro de la mañana, muy temprano… se va a
asustar pensando que alguien se ha…. ¡Bueno pues! Te moriste tú, ¿no? Tengo que
llamarla… No… Mejor espero a que sea de día y esté despierta, de repente se
muere también ella del susto… Pobre la
abuela, solita en esa casa vieja…. Qué frío hace, y eso que las ventanas están
cerradas… ¡Pucha! Pobre la abuela…. Mejor se hubieran venido a vivir aquí cerca
nomás. Aunque mejor allá… sino lo habríamos tenido al abuelo renegando... oliendo
a cigarro…. ¡Por eso se fue pues! ¡Maldito cáncer! ¡Otra vez esa porquería! Y
mi mamá que también fuma como una condenada… ¡qué tonta! De repente ahora lo
deja. Ojalá , así la casa no apesta….
Como
demora tanto, Nicolás también ha salido del cuarto y al verla en el pasadizo, pálida
y temblando, se sienta a su lado y le pasa el brazo sobre el hombro. No le dice nada (no sabe qué decir, ni
siquiera sabe lo que ha pasado). Entonces es ella quien rompe el incómodo
silencio:
-
Yo… mi abuelo…
No
puede seguir. Rompe a llorar, pero no a gritos, sino con un amargo lamento.
Nicolás le dice shhh shhh shhh y le acaricia la cabeza, pero ya no como cuando
llegó, sino mas bien tratando de tranquilizarla. Entonces se pregunta si acaso es
mejor irse y dejarla desahogarse… Debe estar sufriendo harto – piensa. Y es que.
aunque Marisa no veía mucho a su abuelo, igual lo quería de un modo especial. Era
una relación curiosa de amor-odio. Al menos eso le pareció a Nicolás en el
tiempo en que el abuelo pasó unos meses en Lima para hacerse los controles en
Neoplásicas. En la casa abuelo y nieta se gritaban, especialmente cuando ella
le escondía los cigarros y la botella de pisco. (El viejo no dejaba ni el trago
ni el cigarro, ni porque estaba enfermo). El le resondraba, la insultaba… ella
lo mandaba al diablo. Pero después de unos minutos ahí estaban abrazándose.
Marisa
se calma un poco. Felizmente está Nicolás ahí a su lado abrazándola,
abrigándola del frío que recorre el pasadizo. En cambio la abuela…. pobrecita.
Solita en esa casa enorme… ¿Y ahora cómo hará todo el asunto del entierro? Pucha,
de hecho mamá va a tener que regresar… ¡Se le fregó el viaje! ¡Qué mala suerte!
Y también piña para mí, pues, abuelo…. Justo hoy que estaba todo arreglado….
¡Pucha, qué frío hace! Me estoy congelando… Ay, abuelo, te hubieras ido otro
día. No voy a poder dormir ahora…. Nicolás, pobrecito…. otro día será. Pero hoy
no se puede. Se murió el abuelo… no
puedo creerlo… Tengo un frío horrible…
-
Gordita: estás temblando. Te preparo un té.
-
No, no. ¡Quédate a mi lado!
-
Ya, pero algo tienes que tomar: estás blanca y tiritas.
-
Que venga la Julia y lo prepare… Llámala, pero no te vayas. Dale un grito de
aquí nomás… Yo… no puedo gritar Nicolás, no tengo fuerzas…
-
Ya, ya, shhh shhh, tranquila – y otra vez le acaricia la cabeza. Ella piensa
que es bueno que él esté ahí. Sola no podría…
Nicolás
llama a Julia un par de veces, hasta que ella asoma la cabeza por su puerta.
-
Neño Necolás, ¿qué necesetas?
-
Julia, un favor, ¿podrías preparar té? Marisa no se siente bien… su abuelo…- la
chica mira con sus ojos hinchados a la vieja empleada, quien se espanta al
verla tan mal.
-
¡Ay neña! ¡Pobreceta mi neña! – se acerca y se agacha para abrazar a Marisa.
Ésta se aferra con fuerza a Julia, que ahora es como si fuera su madre de reemplazo
– Tranqueleta, ¿ya lenda? Aura ti preparo manzanella para ti y para el neño
Necolás. Té mijor no, no ti lu va a dejar dormir. Manzanella te traigo, ¿ya?
Con un chorreto de agua di azahar, pa que te tranqueleces. ¡Pobreceta mi neña!
– le da un beso en la frente y regresa a la cocina dejando a los chicos
sentados en el pasadizo.
Nicolás
se quita la camisa y se la pone a Marisa sobre los hombros. Vuelve a rodearla con su brazo y, mientras le
dice shh shhh, reflexiona: no se puede ir, no puede dejarla sola esa noche, así
como está… pero si se queda a dormir, no será en la misma cama… mucha
tentación…. y sería una falta de respeto, ¿o no? (Además la empleada va a estar
dando vueltas. ¡Ni hablar!)
Marisa
va recuperando su color. El hecho de que la Julia esté ahí con ellos la
tranquiliza un poco más. Se limpia los mocos con la manga - ¡qué vergüenza!
Esperaba que Nicolás la viera linda esa noche, no así – ¡pero piña, pues! Se ha
muerto el abuelo, no puedo estar bailando, ¿no? Será para que venga y me jale
las patas… ¡Pucha abuelo! ¿Por qué te fuiste tan pronto? Ni siquiera pude
despedirme… esconderte los cigarros por última vez… eras buena onda, aunque a
veces te pasabas con tus insultos… Me parece verte ahí todavía, buscando la
cajetilla o la botella… “maldita muchacha del cuerno”, me decías… dabas risa…
con tus chancletas viejas haciendo plaf plaf plaf y tu chompa ploma desteñida
que apestaba a cigarro… ¡Pucha abuelo! Me siento pésima por no haberte dado un
beso, creo que hasta estoy alucinando, imaginándote ahí en la puerta de mi
cuarto, buscando tu pisco, mirándome…
¡CRASH!
Las
tazas que traía Julia se hacen añicos al estrellarse contra el piso.
-
¡Achachay, Papalendo! – Julia, con un rostro de terror, invoca a Dios
santiguándose tres veces hasta caer de rodillas, rostro en tierra. Mejor no
mirar.
-
Gorda… gorda…. ¿Ves lo que yo estoy viendo?... Tu… tu abuelo… ¡ahí, al fondo!
¡Dios mío! ¡Mira! ¡Se está riendo! – la voz le tiembla a Nicolás, empalidece en
segundos y gotas de sudor frío perlan su frente. Marisa se sorprende más de su
aspecto que de la aparición fantasmagórica (¿no era su imaginación?) del
abuelo. El enamorado no puede controlarse
y moja sus pantalones, los apretaditos. Ni fuerzas tiene para ponerse de pie e
irse corriendo… ni para arrinconarse más contra la pared.
Sólo
Marisa ríe. El abuelo la acaba de maldecir por última vez, antes de enviarle un
beso volado.
Noviembre 2012
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