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jueves, 6 de diciembre de 2012

QUE ESCRIBEN NUESTROS ALUMNOS DE TÉCNICAS NARRATIVAS

ESTUDIANTE: SRA. BETINA CHIAN
Cuento: Noctambulo






NOCTÁMBULO
Bettina Chian





Marisa en su hogar: una vieja casona en San Isidro, a la vuelta del Club del Golf… de las pocas sobrevivientes en medio de los gigantescos edificios que han exterminado la tradición del distrito, otrora sede de embajadas.  Echada sobre su edredón de plumas no puede leer, no puede ver tele. Se sienta. Consulta la hora en su despertador de Hello Kitty, algo que todavía le queda de su cercana niñez. Camina al tocador… se mira al espejo: ese granito inoportuno que otra vez trata de ocultar con crema – ¿hasta cuándo será esta estupidez de los granos? – se pregunta. Vuelve a leer el mensaje de texto: “Ya toy crca d tu ksa”. Cosquilleo. Va al baño, muerta de nervios. Una vez más mira la hora. Se lava y se echa perfume por todas partes, ése que vuelve loco a Nicolás desde hace dos años.

Por fin le vibra el celular (le ha pedido que no toque el timbre, para que Julia no se dé cuenta).  Verifica por la mirilla quién es – una de las pocas recomendaciones que sigue de su madre – y al comprobar que es Nicolás, le abre la puerta, preludio de su disposición a recibirlo por completo esa noche especial.

-¡Entra rápido! Hace un frío del diablo – Marisa jala del brazo a Nicolás. Cierra la puerta y el viento helado se queda con las ganas de entrar. Se besan con esa intensidad que sólo dos adolescentes pueden expresar sabiendo que la casa está libre para ellos. Cuando por fin sienten que necesitan tomar aire, se observan el uno al otro: él ha venido con sus jeans apretaditos (¡riquísimos!) y la camisa afranelada de cuadros rojos y negros encima del polo de Linkin Park… pero lo mejor es su sonrisa, más sexy ahora con los bracketts. Ella también viste unos jeans stretch que dejan ver parte de la delicada mariposa tatuada en la cintura (por la cual su mamá la castigó dejándola sin quinceañero), una blusa lila cortita que acentúa sus formas – friamente calculado - y el chaleco tribal, siquiera para abrigarse un poco; y es que se puede estar congelando, pero todo sea por verse atractiva para Nicolás.

Son perfectos. Se sonríen. Se besan una y otra vez hasta el cansancio - ¿podrían cansarse? - intercalando los te quiero y te amo respectivos…

- ¡Qué bueno que pudiste venir! ¿Cómo hiciste? – pregunta ella, loca de alegría, mordiéndose los labios de los nervios.
- Les dije a mis viejos que me iba a dormir donde Gustavo.
- ¿Estás loco? ¿Y si llaman a su casa?
- ¡Relájate gordita! – así la llama Nicolás - Ya quedamos. No problem. Además sus viejos se van a una fiesta. Nadie se va a enterar – contesta él, jalándola hacia sí mismo. La abraza con fuerza, pasa sus dedos entre los castaños rizos de ella, tan largos, juega a enredarlos, a desenredarlos…acaricia su nuca, su rostro…
- ¡Espera! – le susurra Marisa al oído  – Creo que la Julia sigue por ahí.  Mi mamá le dijo que estuviera chequeándome de rato en rato.
- ¿Por qué será, pues? – interroga Nicolás traviesamente y la comienza a besuquear.
- ¡Amor! ¡Para! – ella lo aparta y va a la cocina, tratando de caminar con naturalidad, haciendo sonar sus zapatos al ritmo normal. Echa un vistazo: efectivamente, ahí está la Julia, sentada, leyendo el horóscopo. En verdad ya no tiene nada que hacer pues Marisa, con el cuento de la dieta,  no cena más que una mandarina, que ella ya le dejó peladita en su plato.

- ¡Julia! ¿Qué haces aquí todavía?
- Estoy leyendo mi suerte, neña – para Julia, Marisa siempre será la niña de la casa -To mandarena ya ti la he pelao.
- Ya. Gracias. Puedes irte a tu cuarto entonces.
- Todavea es temprano, neña. ¿Quicosa va decer to mamá si se lo entera?
- ¿Y quién le va a contar?

La vieja empleada la mira un tanto sorprendida y en un instante comprende. Con ademán de cansancio cierra el periódico, lentamente se levanta de la silla y antes de retirarse muestra su sonrisa pícara y desdentada diciendo:

- Ajajá neña. Segoro ya llegó el neño Necolás, ¿no? No estéan haciendo travesoras, ¿ya?

Marisa se pone colorada e intenta decir algo, pero decide cerrar la boca y se da la media vuelta sonriendo: esta Julia tan bajadita no es. Se da cuenta de todo…. debe ser porque está mucho tiempo aquí... Pero es buenagente y de hecho no le va a contar nada a mamá. Muy animada regresa a su habitación, donde Nicolás la espera echado sobre la cama, leyendo revistas. En la radio comenzaba a sonar Justin Bieber, pero él lo cambia de inmediato, pues es demasiado gay. Ella le hace cosquillas en los pies (a pesar de saber que no le gustan) y anuncia solemnemente:

- Asunto arreglado. ¿En qué íbamos?

Entonces se lanza violentamente a su lado. Las hormonas trabajan a mil por hora y tanto él como ella están dispuestos a ir más allá de lo imaginable: es la oportunidad de sus vidas. La mamá de Marisa nunca lo sabrá, anda ocupada paseando con sus amigas en París, ciudad de l’amour, oh la la… Pero el amor está aquí, en la habitación de Marisa, y se manifiesta en las miradas tiernas, las caricias, los susurros, los besos – primero cortitos, luego más prolongados. ¡Fuera la camisa de cuadros, fuera el chaleco tribal! La música incita a acariciarse con más fuerza y a seguir… seguir…

Rrrring!

Como en las películas, ha timbrado el teléfono y todo se congela en el preciso momento en que la acción comenzaba. La mezcla de adrenalina con estrógenos y testosterona baja a su nivel mínimo y la habitación de la niña-casi-mujer es testigo del suspiro a dúo. Sonriendo resignadamente Nicolás da vuelta quedando echado boca arriba. Marisa se levanta de un salto y corre al teléfono mientras se abotona la blusa y se arregla un poco los cabellos (no vaya a ser que Julia regrese por algo). Fastidiada levanta el auricular y desea que no sea nada importante para continuar con lo que habían empezado.

Escucha un gemido…. parece ser la abuela. Sí, es ella sollozando. Marisa no necesita entender sus palabras, porque ya ha comprendido el mensaje: el abuelo se ha ido. El maldito cáncer finalmente ganó. La abuela se ha quedado sola. ¡Pucha madre! ¿Por qué justo ahora?

- Tranquila abuela, tranquila, ya está bien... No llores abuela… Sí, ya sé… Sí…Pero ya no llores… ya pasó, ahora está mejor….Sí abuela, sí. Vamos a rezar…. Ya…. Sí, sí. Yo le aviso a mi mamá…. Ok abuela. Ya. No sé si iré yo para allá, tengo colegio, pero de hecho que mi mamá sí…. Ya abuela. Descansa… Ya, hasta mañana abuela.

Marisa cuelga lentamente. El llanto de la abuela permanece dando vueltas en sus oídos. De pronto se le aflojan las piernas y termina sentada en el piso. La casa se le hace más fría que nunca, ¿o será porque dejó el chaleco en la cama? ¡Pucha abuelo! ¿Por qué se te ocurrió morirte hoy?  Justo ahora que ha venido Nicolás y no hay nadie que moleste… ¡Qué roche! No quiero que me vea llorar, va a pensar que estoy horrible… ¿Y ahora cómo se lo digo a mi mamá? ¿Se va a poner recontramal y cómo va a seguir su viaje? Mejor no le digo… pero mejor sí. ¡Pucha abuelo!…. hubieras esperado un poco….¿La llamo? ¿No la llamo? Hmm…mejor la llamo ahora, porque sino le da chucaque cuando se entere de golpe en el aeropuerto a su llegada. Sí. Mejor la llamo, ¿qué hora será por allá? ¿Creo que me dijo seis o siete horas más? ¡Asumadre! Deben ser como las cuatro de la mañana, muy temprano… se va a asustar pensando que alguien se ha…. ¡Bueno pues! Te moriste tú, ¿no? Tengo que llamarla… No… Mejor espero a que sea de día y esté despierta, de repente se muere también ella del susto…  Pobre la abuela, solita en esa casa vieja…. Qué frío hace, y eso que las ventanas están cerradas… ¡Pucha! Pobre la abuela…. Mejor se hubieran venido a vivir aquí cerca nomás. Aunque mejor allá… sino lo habríamos tenido al abuelo renegando... oliendo a cigarro…. ¡Por eso se fue pues! ¡Maldito cáncer! ¡Otra vez esa porquería! Y mi mamá que también fuma como una condenada… ¡qué tonta! De repente ahora lo deja. Ojalá , así la casa no apesta….

Como demora tanto, Nicolás también ha salido del cuarto y al verla en el pasadizo, pálida y temblando, se sienta a su lado y le pasa el brazo sobre el hombro.  No le dice nada (no sabe qué decir, ni siquiera sabe lo que ha pasado). Entonces es ella quien rompe el incómodo silencio:

- Yo… mi abuelo…

No puede seguir. Rompe a llorar, pero no a gritos, sino con un amargo lamento. Nicolás le dice shhh shhh shhh y le acaricia la cabeza, pero ya no como cuando llegó, sino mas bien tratando de tranquilizarla. Entonces se pregunta si acaso es mejor irse y dejarla desahogarse… Debe estar sufriendo harto – piensa. Y es que. aunque Marisa no veía mucho a su abuelo, igual lo quería de un modo especial. Era una relación curiosa de amor-odio. Al menos eso le pareció a Nicolás en el tiempo en que el abuelo pasó unos meses en Lima para hacerse los controles en Neoplásicas. En la casa abuelo y nieta se gritaban, especialmente cuando ella le escondía los cigarros y la botella de pisco. (El viejo no dejaba ni el trago ni el cigarro, ni porque estaba enfermo). El le resondraba, la insultaba… ella lo mandaba al diablo. Pero después de unos minutos ahí estaban abrazándose.  

Marisa se calma un poco. Felizmente está Nicolás ahí a su lado abrazándola, abrigándola del frío que recorre el pasadizo. En cambio la abuela…. pobrecita. Solita en esa casa enorme… ¿Y ahora cómo hará todo el asunto del entierro? Pucha, de hecho mamá va a tener que regresar… ¡Se le fregó el viaje! ¡Qué mala suerte! Y también piña para mí, pues, abuelo…. Justo hoy que estaba todo arreglado…. ¡Pucha, qué frío hace! Me estoy congelando… Ay, abuelo, te hubieras ido otro día. No voy a poder dormir ahora…. Nicolás, pobrecito…. otro día será. Pero hoy no se puede.  Se murió el abuelo… no puedo creerlo… Tengo un frío horrible…

- Gordita: estás temblando. Te preparo un té.
- No, no. ¡Quédate a mi lado!
- Ya, pero algo tienes que tomar: estás blanca y tiritas.
- Que venga la Julia y lo prepare… Llámala, pero no te vayas. Dale un grito de aquí nomás… Yo… no puedo gritar Nicolás, no tengo fuerzas…
- Ya, ya, shhh shhh, tranquila – y otra vez le acaricia la cabeza. Ella piensa que es bueno que él esté ahí. Sola no podría…

Nicolás llama a Julia un par de veces, hasta que ella asoma la cabeza por su puerta.

- Neño Necolás, ¿qué necesetas?
- Julia, un favor, ¿podrías preparar té? Marisa no se siente bien… su abuelo…- la chica mira con sus ojos hinchados a la vieja empleada, quien se espanta al verla tan mal.
- ¡Ay neña! ¡Pobreceta mi neña! – se acerca y se agacha para abrazar a Marisa. Ésta se aferra con fuerza a Julia, que ahora es como si fuera su madre de reemplazo – Tranqueleta, ¿ya lenda? Aura ti preparo manzanella para ti y para el neño Necolás. Té mijor no, no ti lu va a dejar dormir. Manzanella te traigo, ¿ya? Con un chorreto de agua di azahar, pa que te tranqueleces. ¡Pobreceta mi neña! – le da un beso en la frente y regresa a la cocina dejando a los chicos sentados en el pasadizo.

Nicolás se quita la camisa y se la pone a Marisa sobre los hombros.  Vuelve a rodearla con su brazo y, mientras le dice shh shhh, reflexiona: no se puede ir, no puede dejarla sola esa noche, así como está… pero si se queda a dormir, no será en la misma cama… mucha tentación…. y sería una falta de respeto, ¿o no? (Además la empleada va a estar dando vueltas. ¡Ni hablar!)

Marisa va recuperando su color. El hecho de que la Julia esté ahí con ellos la tranquiliza un poco más. Se limpia los mocos con la manga - ¡qué vergüenza! Esperaba que Nicolás la viera linda esa noche, no así – ¡pero piña, pues! Se ha muerto el abuelo, no puedo estar bailando, ¿no? Será para que venga y me jale las patas… ¡Pucha abuelo! ¿Por qué te fuiste tan pronto? Ni siquiera pude despedirme… esconderte los cigarros por última vez… eras buena onda, aunque a veces te pasabas con tus insultos… Me parece verte ahí todavía, buscando la cajetilla o la botella… “maldita muchacha del cuerno”, me decías… dabas risa… con tus chancletas viejas haciendo plaf plaf plaf y tu chompa ploma desteñida que apestaba a cigarro… ¡Pucha abuelo! Me siento pésima por no haberte dado un beso, creo que hasta estoy alucinando, imaginándote ahí en la puerta de mi cuarto, buscando tu pisco, mirándome…

¡CRASH!

Las tazas que traía Julia se hacen añicos al estrellarse contra el piso.

- ¡Achachay, Papalendo! – Julia, con un rostro de terror, invoca a Dios santiguándose tres veces hasta caer de rodillas, rostro en tierra. Mejor no mirar.
- Gorda… gorda…. ¿Ves lo que yo estoy viendo?... Tu… tu abuelo… ¡ahí, al fondo! ¡Dios mío! ¡Mira! ¡Se está riendo! – la voz le tiembla a Nicolás, empalidece en segundos y gotas de sudor frío perlan su frente. Marisa se sorprende más de su aspecto que de la aparición fantasmagórica (¿no era su imaginación?) del abuelo.  El enamorado no puede controlarse y moja sus pantalones, los apretaditos. Ni fuerzas tiene para ponerse de pie e irse corriendo… ni para arrinconarse más contra la pared.

Sólo Marisa ríe. El abuelo la acaba de maldecir por última vez, antes de enviarle un beso volado.

Noviembre 2012

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