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miércoles, 14 de agosto de 2013

Autora: Celeste Gomez ( Alumna del curso de Técnicas Narrativas nivel básico ). Pais: Perú

MILAGRO
Diana Fernández y Franco Veliz, una pareja de esposos, caminaban felizmente por las atiborradas calles del límite entre San Martín de Porres y Los Olivos. Ambos estaban felices y venturosos porque habían recibido la grata noticia de que pronto tendrán un nuevo miembro en su familia. Diana no paraba de sonreír, el sol brillaba en sus ojos y su voz tan delicada hacia que su esposo quiera abrazarla y besarla de alegría. Pero, eso no era suficiente para protegerse de las fechorías y maldades que rondaban en las calles. Ni siquiera se esperaban la política corrompida y poca honesta que ahora es solo una característica más, de lo impúdico e inmoral, de nuestro país. Pues, en el momento más oportuno, dos hombres intentaron asaltarlo y Franco, un agente privado de seguridad, extrajo el arma que tenía por precaución e intentó asustar a los delincuentes. Accidentalmente, se hirió asimismo, su dedo meñique; pero no se esperaba que su esposa también en el muslo derecho. Esos hombres desaparecieron entre el barullo y el pánico, y dejaron las huellas del comienzo de un terrible destino para aquella pareja.
Un día después, Diana Fernández aparece en televisión reclamando y pidiendo justicia ya que su esposo había sido, injustamente, acusado de intento de homicidio a su esposa, en la comisaria de Bellavista. Diana exclamaba indignada ante el público televisivo como esos hombres, que se hacen llamar “policías”, exigían dinero para dejar en libertad a su esposo.
Los días pasaban y Franco seguía en el penal Sarita Colonia. Su libertad estaba en juego, pues las declaraciones de su esposa no fueron suficientes para apelar a la justicia y su abogado seguía investigando el caso. Sin embargo, el arresto de su esposo no era el único problema por el cual atravesaba Diana, pues su relación de pareja estaba totalmente alejada de su relación con su familia.
Hace cinco años, una joven de veintitrés años y que terminaba su último curso en la universidad conoció a un joven, muy trabajador y perseverante, del cual se enamoró. Su amor fue ingenuo, más que eso, fue sincero. Franco tenía un sueño y era el de empezar su nuevo negocio familiar, una panadería. Por otro lado, Diana quería vivir felizmente con su esposo e hijos. Dos personas de mundos diferentes lograron encontrarse mediante sus más profundos sueños y tomaron la decisión de hacerlos realidad, juntos. Los padres de Diana no consiguieron hacerle cambiar de opinión, es más hace tres años aún trabajaban en separarlos. Ahora, cinco años después, los señores Fernández aprovecharon de esta oportunidad para llevarse a su hija y su nieto de la mala influencia que ejercía su padre en la cárcel.
Las noticias sobre una mujer que fue herida accidentalmente por su esposo empezaron a desaparecer junto con las esperanzas de Diana. Franco había caído en una de las trampas más mortales de su país, la corrupción. Dos meses y cinco días antes de que su esposo entrara en juicio, Diana entró en estado de depresión el cual era demasiado peligroso para su bebe. “No quiero perder a mi hijo, mamá… tampoco quiero perderlo a él”, dijo a su madre en un eterno sollozo, que poco a poco hizo que se quedara dormida.
Al día siguiente, Diana había tomado una decisión. Ese mismo día partió con sus padres al extranjero con el fin de darle una buena educación a su hijo y así alejarse de los prejuicios que podrían destruir a su familia. Tres días después, Franco había sido condenado a ocho años en prisión por intento de homicidio a su esposa. Sin saber su paradero, Franco guardó en el fondo de su corazón la más triste agonía y a la vez el más doloroso rencor hacia la mujer que amaba por haberlo separado de su hijo.
Veinte años después, un avión regresa al país con un centenar de turistas. Muchos llegan felices y sorprendidos de las muchas novedades que encuentran, muchos vienen por trabajo hasta por problemas personales, los cuales deberían ser orados por su bien y felicidad. Muchos de ellos no saben de la realidad que los rodea, uno de ellos es un joven de unos  veinte años que llegaba al Perú con el fin de buscar nuevos ingredientes para sus nuevas recetas.
-          ¿Aló? Mamá, soy yo Santiago, he llegado sano y salvo como te lo prometí. Ahora mismo, estoy en el hotel.
-          ¡Qué buena noticia! No sabes cuánto esperaba tú llamada, Santi.
-          No te preocupes, ma, regresaré pronto.
-          Eso espero, hijo. Aquí te espero.
-          Lo sé, pero primero debo ir a The Rose, el mejor restaurante peruano.
-          No te olvides de traerme algo, ¿sí?
-          Está bien, ma, como tú digas, ahora a trabajar.
Luego de colgar la llamada, Santiago se dirigió inmediatamente al paradero de taxis que se encontraba fuera del hotel. Tomó el primero que encontró vacío. “The Rose, por favor”, dijo entusiasmado al chofer. “Entendido”, respondió. Santiago estaba deslumbrado por las hermosas calles que veía a través de la ventana del auto. Las casas se notaban acogedoras y lujosas, los parques exaltaban vida y alegría los alrededores y las personas denotaban  educación y respeto.
-          Hermosos paisajes, no los esperaba – miró al espejo para ubicar la mirada del conductor.
-          ¿Americano?
-          Yo sí, pero tengo familia peruana de parte madre.
-          Ya veo, se pueden notar en sus rasgos.
-          Disculpe, habrá un camino más corto. Estoy algo apurado.
-          Los caminos largos son más seguros.
-          Eso no significa que los cortos no lo sean, vamos, te pago tres soles más.
-          Bueno, si lo pones de esa manera… iremos por el puente.
-          ¿Hay ríos cerca?, increíble, este país es muy hermoso, ¿podríamos para tomar unas fotos?
-          Eso depende.
-          Okey, okey, dos soles más ¿Le parece?
-          Por eso me caen bien los extranjeros.
-          Great. Lets go!
Santiago era una persona carismática y siempre veía el lado positivo a las cosas. Le gustaba enfrentarse a nuevos retos, esta vez, comenzó con un sueño cuando era niño: ser un cocinero famoso. También era muy amoroso con su madre, la engreía mucho, por eso quiso probar con la comida de su ciudad natal, Lima.
Luego de la conversación con el conductor, este pisó fuertemente el acelerador y giró a la derecha, luego siguió cinco cuadras hasta llegar a la siguiente esquina, por la cual debía voltear.  Antes de eso, Santiago observó un cartel que decía: “Baje la velocidad, puente angosto  a 200 m”.
-          Debería bajar un poco la velocidad, ¿no cree?
-          No se preocupe, cruzamos el puente y ya llegamos.
-          El caudal del río es inmenso. ¿No podían hacer un puente más ancho?
-          No todo es perfecto ¿verdad?, sobre todo nuestra política.
Santiago miró muy fijamente el río y se dio con la sorpresa que la orilla habían unos niños recolectando basura. Obviamente, se dio cuenta de que no estaba en la zona “real” del país. Todo estaba disfrazado con maquillaje y sonrisas falsas. Así debías ser, si querías sobrevivir, pero este país no era el único, era solo uno más de tantos que eran dominados por la corrupción y transgresiones de un gobierno.
El tráfico empezó a acumularse en el puente y solo había dos vías contrarias. Los autos empezaban a moverse con tal de pasar al de adelante. Santiago no se percató del auto de atrás mientras miraba muy atentamente a los niños. El conductor aprovechó el momento preciso para hacer una maniobra peligrosa: adelantarse al auto siguiente y esquivar al que venía en dirección contraria. Error sumamente predecible, pues el choque ocasionó que varios autos chocaran entre sí. Un camión pequeño de combustible pasaba en ese momento por ahí y de repente colisiona con el auto que estaba enfrente de Santiago. El puente se rompe, muchos caen y el auto de Santiago se encontraba volteado al filo del puente.
-          ¡Sal del auto rápido! – gritó el conductor.
-          Lo ayudaré primero, deme la mano.
-          ¡Vete, tonto!
-          ¡Deme la mano rápido!
La presión se acumulaba en Santiago, pero se dio cuenta de que era imposible. El auto cayó con el chofer dentro. Santiago solo vio cómo su rostro desaparecía entre las aguas. Intentó pararse, pero no podía ver nada. El humo de la explosión no cesaba y no se escuchaba algún sonido humano, excepto por el de una ambulancia. Santiago siguió dando pequeño pasos y lo lejos vislumbró una luz que se acercaba a él. Era un auto y al parecer no tenía freno. Santiago se asustó y retrocedió, y un mal movimiento causó su caída al río.
Las aguas estaban heladas y las corrientes estaban demasiado fuertes como para poder nadar. Los niños habían desaparecido del susto. Vio como el puente se incendiaba a lo lejos y también como algunas personas que  del dolor se tiraban al río. Intentó agarrarse de una roca pero solo logró golpearse con una rama. No pudo ver más, se hundía, no podía respirar y lo peor es que estaba en dirección al mar.
Al día siguiente, un anciano caminaba por la orilla de la playa. El sol era radiante y las brisas eran frescas. Caminó un poco como siempre hacia, pero esta vez se topó con algo inesperado: un cuerpo inconsciente. “Es un joven, definitivamente peruano. Debe ser uno de los que cayó en aquella explosión”, pensó. Rápidamente, dio un silbido y enseguida apareció una joven.
-          Papá, ¿Qué pasó? ¿por qué silbaste?
-          Rosi, ven rápido y ayúdame a llevarlo a casa.
-          ¿Está vivo? Deberíamos llevarlo al hospital.
-          No, no quiero tener ningún problema, mejor ayudémoslo y que se vaya por su cuenta.
-          Pero…
-          ¡Ya dije! Ya tenemos suficientes problemas con el gobierno como para tener otro.
-          Está bien, pero luego no te quejes.
-          Está niña, ya llevémosle.
Rosi y su padre llegaron a su casa, hecha de madera y el techo de cartón duro cerca al mar. Al entrar, Rosi apagó el horno y sacó el pan recién hecho para ponerlo en la mesa. Luego, se dirigió a ayudar  a su padre para acostar al joven sobre el pequeño sofá que estaba cerca del horno.
-          Listo, ahora dale un poco de agua.
-          ¿Por qué yo? Tú lo encontraste, ¿recuerdas?
-          No te lo he preguntado, es una orden, Rosi.
-          Okey, okey.
-          ¿Qué te he dicho de esas palabras extranjeras?
-          Lo sé, nunca decirlas, no son necesarias aquí.
-          Iré a lavarme y luego iré a trabajar. Te quedarás en casa, le darás un poco de pan y leche y luego deja que se vaya. ¿Escuchaste?
-          Sí… papá.
El anciano salió muy rápido del baño, pues su trabajo para él era muy importante. Por suerte, solo tenía que cruzar la calle. Era un pequeño establecimiento muy humilde, era su propia panadería. Los vecinos lo respetaban y querían mucho, era un buen hombre de buen corazón y en el mostrador siempre tenía una foto de Rosi y él.  Mientras tanto en su casa, su hija daba de beber al joven hasta que por fin recobró la conciencia.
-          ¿Dónde estoy?
-          Esta es mi casa, mi padre te encontró en la orilla del mar, cerca del desemboque del río.
-          ¿Quién eres?
-          Rosi, dime ¿recuerdas lo que pasó?
-          No… yo… solo recuerdo la explosión y a ese… hombre.
-          ¿Hombre? ¿qué hombre?
-          El que cayó por mi culpa.
Las lágrimas empezaron a brotar de sus ojos. Rosi solo lo miraba fijamente, se dio cuenta que no era una mala persona.
-          ¿Cómo te llamas?
-          Santiago.
-          Mi nombre es Rosi, Santiago, ¿quieres comer algo?
-          No, solo regresaré al hotel.
-          El próximo bus a la ciudad sale en tres horas.
-          Dios, ahora, ¿Qué hago?
-          Calma, puedes descansar por el momento aquí – entonces recordó lo que dijo su padre – no… olvídalo, no puedes quedarte, por aquí hay un motel cerca, ve allí.
-          Pero… no tengo dinero.
-          Entonces…
-          Rosi – sostuvo su brazo – tienes que ayudarme a regresar, le prometí a mi madre llamarla cada noche antes de llegar al país – soltó su brazo – debe estar preocupada, no quiero ponerla así.
-          Mira, toma cincuenta céntimos y ve a un teléfono, pero si mi padre te ve todavía aquí….
-          Rosi, por favor, nunca había sentido tanto miedo en mi vida, nunca me había sentido tan solo.
-          Al menos tu madre está contigo y te espera. Mi madre me abandonó cuando era solo una bebe.
-          ¿Y tu padre?
-          No lo sé, debe estar viviendo en algún, gracias a Dios, Franco me encontró.
Santiago al escuchar ese nombre empezó a retroceder en el tiempo rápidamente. Érase unos diez años cuando Santiago iba a la escuela primaria en Estados Unidos. Su madre siempre lo llevaba y recogía, y cuando llegaba a casa, sus abuelos estaban para recibirlos. Todo parecía perfecto hasta que una noche Santiago se levantó por una pesadilla. En el trascurso de ir a la habitación de su madre, escuchó a sus abuelos discutiendo con su madre sobre un tal “Franco”, luego de unos minutos una palabra fue reconocida: “padre”. Nadie se dio cuenta de su presencia y Santiago regresó a su habitación para quedarse dormido de los miles de sueños que tenía junto a su padre. ¿Quién era él? ¿Dónde estaba? ¿Por qué no vivía con él?, todas esas incógnitas lo perseguían hasta ahora. Aunque nunca trato de buscarlo, no significa que no lo deseaba, pero no podía dejar a su madre, después de todo lo que sufrió por criarlo con las reglas de sus abuelos.
-          ¿Dijiste Franco?
-          Si, ¿por qué?
-          ¿Puedo ver una foto de él?
-          ¿Lo conoces?  - señaló la foto que estaba encima de la mesita de al lado.
-          No se parecen en nada.
-          Obvio, ¿ no? Pero aunque no lo creas, nos parecemos bastante, ambos seguimos nuestros sueños.
-          ¿En que trabaja?
-          Es panadero.
-          ¿Ese era su sueño?
-          No le veo nada de malo, es más, lo envidio por ser tan perseverante en la vida, pues no la tuvo fácil.
-          ¿Qué quieres decir?
-          ¿Qué tal si te lo cuento yo mismo? – dijo Franco al abrir la puerta y sentó junto a él- dime, ¿estás ya mejor?
-          Sí, señor, muchas gracias, le debo la vida.
-          ¿tú? No lo creo. Solo un hijo le debe la vida un padre. Luego nada más.
-          Verá… yo no tengo padre. Mi madre se separó de él cuando se embarazó.
-          ¿Por qué? – intercedió Rosi.
-          Niña, deje de chismosear la vida de los demás y vaya a ver el horno.
-          Ya, papá.
-          Niños – se quejó – bueno dime, ¿tu nombre es?
-          Santiago, señor.
-          No crees que es hora de irse.
-          Según su hija, el bus sale en tres horas.
-          Y… ¿crees que mi casa es un hotel de lujo o algo así?
-          Señor, al menos, déjeme preguntarle algo.
-          Rápido antes que eche a palazos.
-          De casualidad, ¿tiene hijos? , claro hijos de su sangre.
-          Rosi, ¿Qué le has contado?
-          Nada, pa, está delirando.
-          Será mejor que te vayas.
-          Espere… espere… no me cierre la puerta…. Conoce a Diana Fernández.
El silencio permaneció dos horas. Santiago fue a sentarse cerca del mar. Se quedó maravillado por el hermoso paisaje. Así olvidaba la rara escena que acababa de ocurrir hace unas horas. Cómo era posible que fuera su padre, pensó. Faltaba poco para que saliera el bus, así que se paró y siguió su camino. Ya en las calles vio tantas cosas que le llamaron la atención como las casitas hechas de madera y pocas de cemento, muchas de ellas en lo alto del cerro.  Las personas eran diferentes a las otras que había visto cuando estaba en el taxi. En realidad, era igual solo que unas sufrían más que otras y eso borraba su sonrisa. Vio a una anciana en su puesto de frutas y pensó en pedirle un poco, no estaban malas, en realidad estaban muy bien cuidadas. La señora fue muy amable a pesar de su condición, eso hizo que Santiago sonriera, además en una esquina vio que ahí estaba los niños de la orilla del río jugando y saltando entre ellos. Estaban felices con lo que tenían, corrían en las calles, jugaban en el mar, para ellos la vida que vivían era natural.
-          Tú eres el joven que encontró Don Franco, ¿verdad? – insinuó la señora.
-          Sí, todos lo conocen por lo que veo.
-          Es una buena persona, ha sufrido bastante.
-          ¿Por qué?
-          No le digas que te dije, pero por ahí me contaron que una vez, hace veinte años el era un joven muy enamorado, es más iba a tener un hijo.
-          ¿Y que pasó?
-          Lo encerraron en la cárcel por dispararle a su esposa.
-          Quiere decir que la asesinó.
-          La historia se pone más interesante, en realidad, la salvó.
-          ¿La salvó disparándole?
-          Niño tonto, intentó defenderla de unos delincuentes pero al final todo salió mal.
-          ¿Y dónde está esa mujer?
-          Nadie lo sabe. Creo que ni siquiera él, creo.
-          Este país está hasta las patas.
-          Pero que podemos hacer, no hacen caso a la mayoría así no hay progreso. Pero, hijo ¿Qué haces aquí? Ve a vivir la vida y no te encierres en este pueblito.
-          Pero, me está empezando a gustar este lugar, tiene algo que yo nunca encontré en otro lado.
-          ¿Qué?
-          Unión.
La señora le sonrió y le dio una moneda de cincuenta céntimos para que hiciera una llamada a algún familiar. Santiago agradeció y se despidió.
-          ¿Aló? ¿Mamá?
-          Santiago, gracias a Dios que estás bien, ¿Dónde estás?
-          En un pueblo cerca del desemboque del río, lo siento por no llamarte.
-          Escuche lo del accidente, estoy en camino.
-          Estás viniendo hacia acá.
-          Si, Santi, te veré pronto, espérame en la estación de bus, ¿entendiste?
-          Está bien, te veo luego.
Santiago se despidió de la señora de las frutas y se dirigió caminando hacia la estación. “Solo he estado unas horas aquí y ya se siento que estoy alejándome de mi hogar”, pensó.  Su corazón se agitaba con cada paso que daba, se sentía asfixiado, el calor era sofocante, al llegar vio un niño tomando agua de una botella, se acercó y le pidió un sorbo.
-          Debí darte algo de comida y agua cuando te fuiste – apareció Rosi.
-          Rosi, ¿Qué haces aquí?
-          Mi padre, bueno… tuvimos una discusión…
-          ¿Tiene que ver conmigo?
-          Algo así.
-          Dime, Rosi, mi madre está por llegar, quizá no pueda volver más.
-          ¿Tu madre? Esa es una buena noticia, mi padre… digo el señor Franco se pondrá muy feliz.
-          ¿Qué quieres decir?
Rosi estaba por contarle todo lo sucedido cuando él se fue de la casa, pero un auto lujoso paró en frente de ellos y de él bajo una hermosa dama, la cual vestía un hermoso conjunto de color palo rosa, su cabello sujetado y su maquillaje tan natural que hacia reflejar su bella sonrisa.
-          Mamá, llegaste.
-          Santi, es un milagro – lo abrazó fuertemente.
-          Estoy bien, ma, estoy bien.
-          Su hijo es muy fuerte. Debe estar orgullosa – dijo Rosi.
-          Si, lo estoy – miró con orgullo a su hijo – ¿Tú eres?
-          Ah, lo siento, mi nombre es Rosi, hija… adoptiva del hombre que lo encontró.
-          Rosi, no tienes porque… - dijo Santiago.
-          Si, Santiago, si tengo, tu madre no puede malentender nada.
-          ¿Malentender qué?
-          ¿Qué tal si hablamos en el café? Está muy cerca.
Ambos asintieron y Rosi los condujo hacia el lugar. La conversación comenzó muy amena, es más el joven de la caja pensó que Rosi era hija de la señora Diana. Toda iba bien hasta que Rosi tocó el tema del pasado. Ella explicó el resentimiento que sentía Franco y que aún estaba tratando de entender. Santiago quedó enmudecido pero a la vez sonreía porque la persona que lo salvó era su padre. Lo que no esperaba es que su madre estuviera totalmente seria y calmada. Simplemente, agradeció por el café y se fue. Santiago intentó detenerla, pero fue imposible. Nunca había visto a su madre de esa forma, tan furiosa y alejada. Definitivamente, todo concordaba sobre todo la historia que le contó la señora de las frutas.
-          Mamá, por favor, quédate, estoy de acuerdo con Rosi.
-          Siempre te he dado mi apoyo en todo, Santi, pero esta vez eso será imposible.
-          Mamá…
-          Puedes quedarte si quieres… después de todo es tu padre.
La señora Diana se alejaba y se alejaba en pasos eternos. Deja así su sombra y silencio en todo el ambiente. Santiago y Rosi estaban tristes, su familia se había vuelto a separar y todo parecía imposible. El mesero, que había escuchado parte de la conversación, parecía conmovido y se acercó: “Rosi, tu padre está buscándote”.
-          Será mejor que me vaya.
-          Espera al menos debemos hacer que se encuentren, por favor, acaso no se lo debes a Franco.
-          Y ¿qué pasará luego? Quizá solo se distancien más.
-          Mi madre cometió un error, pero si no fuera por ella, yo no sería lo que soy hoy y tú… y tú no estarías aquí, Rosi.
-          Sé que Diana y Franco necesitan conversar, pero… ¿por qué tú no con él?
Rosi se despidió con una sonrisa y luego se acercó al mesero para pagarle la cuenta. “No es necesario, Rosi”, le dijo. Ella siguió su camino y con un gesto amable le agradeció al mesero por su atención. Santiago pidió una taza de café más y empezó a reflexionar en todo lo que había pasado, sobre todo en las palabras de Rosi.  Luego comenzó a deambular por las calles, a ver si así encontraba una respuesta. Todo había pasado tan rápido que parecía uno de esos sueños que tenía de niño con su padre. “Hay tanto que quisiera contarle”, pensó.
El atardecer empezaba a notarse, las olas del mar parecía calmadas y el cielo denotaba un hermoso paisaje. Las huellas se borraban por el agua en la arena y el camino que formaba Franco desaparecía. Miraba constantemente el cielo y recordó su viejo hábito de jugar con las formas de las nubes, comenzó a reírse y disfrutar el momento, pero al final era solo el comienzo para dejar caer las lágrimas reprimidas del pasado.
-          ¿Un pañuelo?
-          Santiago, tú… ¿Qué haces aquí?
-          Rosi nos contó todo.
-          Esa niña… pero ¿nos?
-          Mi mamá vino a verme justo cuando Rosi estaba conmigo.
-          Diana…
-          Si…. Papá…
-          Lo siento… realmente lo siento… yo…
-          Lo sé, lo sabemos, pero mi mamá…
-          Nunca va perdonarme.
-          Pero… ¿tú a ella?
-          En ese momento, tú eras nuestra más importante prioridad, en ese momento haríamos cualquier cosa por mantenerte a salvo.
-          El mundo… no ha cambiado… sigue separando a las personas… a las familias.
-          Para que cambie se debe…
-          Unir a las familias ¿no?
-          Si, hijo.
Franco orgulloso tomó la mano de su hijo y lo abrazó fuertemente. Ambos dieron una larga caminata por la playa y comenzaron a contarse su historia de estos veinte años. Franco le contó lo sucedido hace veinte años, también cuando encontró a Rosi y su sueño de panadería. A la vez, Santiago le contó sobre los recuerdos que tenía junto a su madre, lo sucedido en el accidente y lo feliz y calmado que le hacía sentir este lugar.
-          Ya era hora que llegaran, es hora de  la cena – insinuó Rosi.
-          Gracias… hermana.
Los tres empezaron a reírse. Luego de una apetitosa cena conversaron un poco sobre la vida en este lugar. Rosi era de esas personas que le gustaba hacer bromas y que solía ayudar mucho a los vecinos. Franco atestiguó eso, pues le contó como ella ponía todo su empeño en la panadería. Lo pasaron bien, demasiado bien, pero al final de la cena solo quedaba un asiento vacío. Rosi y Santiago conversaron seriamente con Franco. Aún había algo por hacer y ese algo no podía quedar el pasado. Pero, Franco tuvo una idea más… romántica.
-          Mamá, ¿puedes venir por mí?
-          No volveré, Santi, regresa ¿okey?
-          Si no vienes, puede ser que te arrepientas toda vida, ven por favor.
-          Te veo en la estación.
-          No, necesito que vayas a otro lugar.
Santiago había terminado una parte del plan, ahora todo quedaba en manos de Franco y Rosi. Mientras tanto, cuando Diana llegó se dio con la sorpresa que los habitantes del pueblo habían desaparecido. “Definitivamente algo está pasando aquí”, se dijo asimisma. Continuó caminando y llegó a un pequeño establecimiento. Leyó el cartel de arriba “Panadería Milagro” y se vio que la puerta estaba entreabierta. Se acercó y la abrió. Las luces se prendieron todas a la vez y vio que todo estaba decorado.
-          Mamá, toma, lo necesitarás – puso en su mano un bouquette.
-          Santiago, tú…
-          No, yo no… él.
Todos  estaban vestidos muy elegantes: los vecinos, Santiago, Rosi y Franco, quien estaba en el centro, junto al padre. Diana caminó lentamente hacia él. La música empezó y todos se pararon para la entrada de la novia. Santiago y Rosi seguían a Diana detrás como dos pequeños niños.
-          No has cambiado nada – susurró Diana a Franco.
-          Mejor tarde que nunca, ¿verdad?
-          Tonto, ya nos habíamos casado.
-          Pero… no con toda la familia.
Santiago no dejó de sonreír aquel día, su madre nunca estuvo tan contenta y Franco dejó atrás los rencores. Rosi pertenecía a una familia completa ahora y el pueblo los ayudó para que su casa fuera un poco más grande, pues dos nuevas personas iban a mudarse. Santiago no dejó su sueño atrás y trabajó arduamente con su padre para sacar un restaurante y una panadería a la vez. Ambos se volvieron muy unidos al igual que Diana y Rosi.
Luego de la boda, Santiago quería que sus padres se fueran de paseo por un tiempo. No dudo más y llamó a un taxi para que los llevara. Lo que no se esperaba era que sería el mismo taxista de aquella vez.
-          Nos vemos otra vez, extranjero.
-          ¿Usted?
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