Yo, maté a Anyi.
“Hace
ya alrededor de veinte años –yo estaba en plena adolescencia --, un argentino
que veraneaba en Chile, grafólogo aficionado, me examinó la caligrafía”.
Una
tarde Ángel y yo, nos encontrábamos sentados
a la orilla del río Enco, bajo un
frondoso árbol. Era jueves y nos fuimos solos a contemplar el correr del agua.
Conversábamos de las travesuras de la escuela. Ambos teníamos aproximadamente
la misma edad, cursábamos el primer grado de secundaria y cada viernes íbamos a pescar con Nelio, mi
padre. El agua reflejaba el azul del cielo y mientras
hablábamos, varios pensamientos cruzaban por mi cabeza.
-Ángel,
estoy enamorado de Anyi-, le dije sonriente.- No seas pretencioso Miguel, me
contestó. -Eres muy joven para enamorarte, recuerda que apenas tenemos 13 años-,
prosiguió diciendo, mientras se ponía el dedo índice de su mano derecha sobre
su mejilla.
-Sé
que sólo tengo trece años, pero, me atrevo a cualquier cosa para robarle un
beso. Me encanta su cadencia, la suavidad de sus rizos de oro, el rojo de su
boca, los botoncitos de sus tetas-, continué diciendo. -¡Soy el mejor
chico de la clase!-, le grité con arrogancia. No sé qué me pasaba, pero
sentía mi cabeza ardiendo en el mismo infierno. Sentía olor a sangre y me
saboreaba. Me daba placer y mi pequeño miembro se levantaba, cada vez que
pensaba en ella. Sólo sé que me encantaba.
Anyi,
era una joven hermosa, de tez blanca, ojos azul verdoso, rizos de oro, de baja
estatura, figura bien definida, además inteligente, ingenua y dulce -Será mía
de cualquier manera-, me dije a mi mismo, -el lunes que viene la atrapo al
salir de la escuela-. Mientras yo
cavilaba, Ángel, me miraba fijamente, lo
noté asustado, imagino que pensó que yo estaba loco de atar. Continué hablando
sin parar:
.
-Ella siempre lleva zapatos rojos, en contraste con su habitual falda a cuadros
y blusa blanca. Acostumbra a andar sola y es de poco hablar. Estoy seguro que la
tendré en mis manos-... Razoné que sería mejor estar solo, por lo que me
despedí de mi fiel amigo.
-Me
voy a retirar-, le dije a Ángel. – ¿Qué te pasa Miguel?-, me preguntó como si
supiera la respuesta, creo que se metió en mis pensamientos y sabía que estaba tramando
desgarrar la virginidad de Anyi de la manera más salvaje. Nos dimos la mano y me eché a andar
Mientras caminaba hacia mi casa, pensaba en las escenas escalofriantes, sabrosas y
prohibidas que veía cuando pequeño. Aprovechando la ausencia de mis padres
encendía el televisor para ver escenas de sexo fuerte y violencia de todo tipo,
hasta de sadomasoquismo. Yo disfrutaba muchísimo con los casos más horrendos.
Recuerdo como ahora, una serie en la que una joven fue muerta a cuchilladas
y violada por su novio en un charco de su sangre. Estas escenas marcaron
mi vida y desde entonces la idea de imitar esa acción me ha convertido en un ser
brutal, desalmado y calculador que se
goza con la maldad. Soy opuesto a mi
amigo Ángel… Me gusta hablar poco. El
sol estaba radiante y el viento soplaba. Ángel se quedó sentado bajo la sombra de un árbol en
la orilla del río, recorrí apresuradamente la distancia de 5
kilómetros que me conectaban con mi
casa. Al llegar me di cuenta que mis padres
no estaban. Entré a la cocina, tomé agua,
me trepé en una silla y agarré un pedazo de varilla que mi padre guardaba sobre
el gabinete como arma de defensa contra cualquier intruso. No sé qué me pasaba,
pero, mi cabeza explotaba, mi corazón
latía fuerte y el torrente sanguíneo
circulaba velozmente por todo mi cuerpo, mis orejas tiraban fuego. A
seguidas atravesé la sala y seguí hasta
la habitación de mis padres. Tomé una lima de la caja de herramientas de mi
papá y le afilé la punta como a un lápiz. Al
terminar acaricié mi arma blanca y la
guardé bajo mi colchón. La miraba cada día, la atesoraba como a mi mejor
juguete… Pero tenía el problema de no saber cómo usarla, si atravesarle el
corazón con ella, o cortarle la lengua y sacarle los ojos, o simplemente darle
puñaladas hasta el cansancio… Lloré
de rabia por no poder dar rienda suelta a mis pensamientosYo quería decirle a
Ángel, todo lo que pensaba, pero me atemorizaba porque Ángel era el soplón del vecindario,
no guardaba secretos, era como un cilindro sin tapa. Estaba seguro que él no
vacilaría en contarle todo a mi padre y que frustraría mis planes.
Mi
padre, era cariñoso; principalmente con
Nani, su loro, aunque siempre me consentía, yo era su niño mimado, me quería de
manera especial. No escatimaba esfuerzos, para complacer mis gustos, pues yo
era el menor de sus cinco hijos. Me permitía quedarme con el televisor de mi
cuarto encendido hasta la madrugada y nunca vigilaba los programas que yo veía.
Cada
mañana y cada noche yo levantaba el
colchón para ver si el arma estaba en su
mismo lugar, temía de que alguien la
fuera a tocar: Era mi compañera para
satisfacer mis ganas de poseer a Anyi.
Con
frecuencia tenía sueños: una vez soñé, que la besaba y que pasaba mi miembro
filoso, duro y plateado como metal, por todo su cuerpo. -Estas son cosas del
demonio-, me decía a mí mismo al despertar. -Sé que no puedo hacer eso-, pensaba.
Al ver la realidad me avergoncé. Nunca dije a nadie mis ideas sucias, morbosas
y vergonzantes Mi padre era un político de pocos amigos, fue esa la razón por
la que me resultó extraño que una tarde de Julio, llegara a mi casa un señor de
estatura alta, delgado, nariz puntiaguda y con acento argentino, el cual mi papá presentó como su “amigo”. El
hombre vestía pantalón kaki, camisa azul claro y corbata verde –extraña
combinación-, pensé. Se trataba del
señor Leonte, lo escuché decir que había venido de “vacaciones” a Santiago.
Supuse que debía ser un viejo amigo de mi padre, quizás el único amigo.
-Don
Nelio, su hijo me parece muy inteligente-, expresó Leonte mientras me miraba con
fijeza y posaba su mano sobre mi cabeza. -Es el más pequeño de mis cinco hijos-
contestó mi padre con cierto orgullo.
Siguieron
conversando largo rato, y aunque sabía que no debía estar pendiente de las
conversaciones de los adultos fue tanta la impresión que causó en mí la figura
del señor Leonte que no valieron los alones para sacarme de la sala y
resolvieron dejarme tranquilo. Escuché que el hombre le dijo a mi padre que era
grafólogo aficionado y trabajaba para una compañía de investigación forense,
ambos rieron a carcajadas, y yo no entendí por qué. Al
cabo de un rato el señor Leonte se retiró y no volví a verlo hasta la desgracia.
El
día después de la visita del argentino desperté temprano y volví a dar filo al
hierro que me daría el placer de poseer
a Anyi. Como yo estaba solo podía hacer lo que quisiera, nadie podía verme, sin
embargo, ¡Oh! tremendo error… siempre hay alguien que nos está mirando. Nani, el loro de la casa, observó toda la acción.
Una
tarde lluviosa, mientras veía junto a papá las aburridas noticias del día, el
presentador narró un acontecimiento – En “Maipú” una adolescente de 13 años fue
asesinada y violada. El cadáver presenta heridas múltiples en el pecho y sus
genitales están desgarrados. La policía aún no tiene sospechoso pero afirma que el hecho fue perpetrado con
una varilla afilada que se encontró clavada en el corazón de la víctima. El
cuerpo fue hallado esta mañana por los padres de la menor-.
Navegaba
en su propia sangre. Su falda de cuadros rojos estaba empapada y su vulva
desgarrada. Sobre su cadáver, apareció. No sé quién pudo matarla, pensé. Una nota
manuscrita que decía:
- Anyi
de mi vida, siempre te amé y la única forma de poseerte, era arrancándote el
corazón, por eso, dejo esta nota. Para que sea enterrada contigo. Estoy feliz,
porque pude realizar mi sueño. Decía la nota, que estaba firmada con mi mismo puño y letra. Me
puse a temblar. Deje a mi padre en la
sala y fui a mi cama. Levanté el colchón y no estaba en su lugar la el hierro
que tanto atesoré. Quedé pasmado, pues
no había puesto la mano a ese objeto, desde el día en que la guardo. Sólo tengo
en mi mente, que esa tarde me acosté a dormir la siesta y soñaba
placenteramente con el perverso hecho.
Mientras pensaba en el hecho escalofriante,
recordaba que una vez, mi padre me llevó a un psiquiatra porque yo tenía
trastornos del sueño, me levantaba durmiendo, salía de la casa, y volvía a acostarme, era sonámbulo. Me
contó, que en varias ocasiones me encontraron tratando de abrir la puerta del
cuarto de Anyi, que vivía a una cuadra de mi casa.
Me metí en el baño y me puse a vomitar, mi
padre se inquietó al ver mi reacción. Nani,
el maldito loro, saltó hasta el hombro de mi padre y le contó con
pelos y señales, cómo yo preparé el arma
mortíferaMi padre llamó a su amigo argentino, para contarle lo sucedido y
comprobar la veracidad del hecho. Mi
propio padre, contrató a Leonte, el
argentino que vino a vacacionar a Chile, para que examinara mi caligrafía y al
comprobar que eran mis letras, me entregó a la policía.
Esta vez, se hizo realidad mi sueño, solo me dolió, que
no pude disfrutar del hecho en plena conciencia física.
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