MILAGRO
Diana Fernández y Franco Veliz, una pareja de
esposos, caminaban felizmente por las atiborradas calles del límite entre San
Martín de Porres y Los Olivos. Ambos estaban felices y venturosos porque habían
recibido la grata noticia de que pronto tendrán un nuevo miembro en su familia.
Diana no paraba de sonreír, el sol brillaba en sus ojos y su voz tan delicada
hacia que su esposo quiera abrazarla y besarla de alegría. Pero, eso no era
suficiente para protegerse de las fechorías y maldades que rondaban en las
calles. Ni siquiera se esperaban la política corrompida y poca honesta que
ahora es solo una característica más, de lo impúdico e inmoral, de nuestro
país. Pues, en el momento más oportuno, dos hombres intentaron asaltarlo y
Franco, un agente privado de seguridad, extrajo el arma que tenía por
precaución e intentó asustar a los delincuentes. Accidentalmente, se hirió
asimismo, su dedo meñique; pero no se esperaba que su esposa también en el
muslo derecho. Esos hombres desaparecieron entre el barullo y el pánico, y
dejaron las huellas del comienzo de un terrible destino para aquella pareja.
Un día después, Diana Fernández aparece en
televisión reclamando y pidiendo justicia ya que su esposo había sido,
injustamente, acusado de intento de homicidio a su esposa, en la comisaria de
Bellavista. Diana exclamaba indignada ante el público televisivo como esos
hombres, que se hacen llamar “policías”, exigían dinero para dejar en libertad
a su esposo.
Los días pasaban y Franco seguía en el penal Sarita
Colonia. Su libertad estaba en juego, pues las declaraciones de su esposa no
fueron suficientes para apelar a la justicia y su abogado seguía investigando
el caso. Sin embargo, el arresto de su esposo no era el único problema por el
cual atravesaba Diana, pues su relación de pareja estaba totalmente alejada de
su relación con su familia.
Hace cinco años, una joven de veintitrés años y que
terminaba su último curso en la universidad conoció a un joven, muy trabajador
y perseverante, del cual se enamoró. Su amor fue ingenuo, más que eso, fue
sincero. Franco tenía un sueño y era el de empezar su nuevo negocio familiar,
una panadería. Por otro lado, Diana quería vivir felizmente con su esposo e
hijos. Dos personas de mundos diferentes lograron encontrarse mediante sus más
profundos sueños y tomaron la decisión de hacerlos realidad, juntos. Los padres
de Diana no consiguieron hacerle cambiar de opinión, es más hace tres años aún
trabajaban en separarlos. Ahora, cinco años después, los señores Fernández
aprovecharon de esta oportunidad para llevarse a su hija y su nieto de la mala
influencia que ejercía su padre en la cárcel.
Las noticias sobre una mujer que fue herida
accidentalmente por su esposo empezaron a desaparecer junto con las esperanzas
de Diana. Franco había caído en una de las trampas más mortales de su país, la
corrupción. Dos meses y cinco días antes de que su esposo entrara en juicio,
Diana entró en estado de depresión el cual era demasiado peligroso para su
bebe. “No quiero perder a mi hijo, mamá… tampoco quiero perderlo a él”, dijo a
su madre en un eterno sollozo, que poco a poco hizo que se quedara dormida.
Al día siguiente, Diana había tomado una decisión.
Ese mismo día partió con sus padres al extranjero con el fin de darle una buena
educación a su hijo y así alejarse de los prejuicios que podrían destruir a su
familia. Tres días después, Franco había sido condenado a ocho años en prisión
por intento de homicidio a su esposa. Sin saber su paradero, Franco guardó en
el fondo de su corazón la más triste agonía y a la vez el más doloroso rencor
hacia la mujer que amaba por haberlo separado de su hijo.
Veinte años después, un avión regresa al país con un
centenar de turistas. Muchos llegan felices y sorprendidos de las muchas
novedades que encuentran, muchos vienen por trabajo hasta por problemas personales,
los cuales deberían ser orados por su bien y felicidad. Muchos de ellos no
saben de la realidad que los rodea, uno de ellos es un joven de unos veinte años que llegaba al Perú con el fin de
buscar nuevos ingredientes para sus nuevas recetas.
-
¿Aló?
Mamá, soy yo Santiago, he llegado sano y salvo como te lo prometí. Ahora mismo,
estoy en el hotel.
-
¡Qué
buena noticia! No sabes cuánto esperaba tú llamada, Santi.
-
No
te preocupes, ma, regresaré pronto.
-
Eso
espero, hijo. Aquí te espero.
-
Lo
sé, pero primero debo ir a The Rose, el mejor restaurante peruano.
-
No
te olvides de traerme algo, ¿sí?
-
Está
bien, ma, como tú digas, ahora a trabajar.
Luego de colgar la llamada, Santiago se dirigió
inmediatamente al paradero de taxis que se encontraba fuera del hotel. Tomó el
primero que encontró vacío. “The Rose, por favor”, dijo entusiasmado al chofer.
“Entendido”, respondió. Santiago estaba deslumbrado por las hermosas calles que
veía a través de la ventana del auto. Las casas se notaban acogedoras y
lujosas, los parques exaltaban vida y alegría los alrededores y las personas
denotaban educación y respeto.
-
Hermosos
paisajes, no los esperaba – miró al espejo para ubicar la mirada del conductor.
-
¿Americano?
-
Yo
sí, pero tengo familia peruana de parte madre.
-
Ya
veo, se pueden notar en sus rasgos.
-
Disculpe,
habrá un camino más corto. Estoy algo apurado.
-
Los
caminos largos son más seguros.
-
Eso
no significa que los cortos no lo sean, vamos, te pago tres soles más.
-
Bueno,
si lo pones de esa manera… iremos por el puente.
-
¿Hay
ríos cerca?, increíble, este país es muy hermoso, ¿podríamos para tomar unas
fotos?
-
Eso
depende.
-
Okey,
okey, dos soles más ¿Le parece?
-
Por
eso me caen bien los extranjeros.
-
Great.
Lets go!
Santiago era una persona carismática y siempre veía
el lado positivo a las cosas. Le gustaba enfrentarse a nuevos retos, esta vez,
comenzó con un sueño cuando era niño: ser un cocinero famoso. También era muy
amoroso con su madre, la engreía mucho, por eso quiso probar con la comida de
su ciudad natal, Lima.
Luego de la conversación con el conductor, este pisó
fuertemente el acelerador y giró a la derecha, luego siguió cinco cuadras hasta
llegar a la siguiente esquina, por la cual debía voltear. Antes de eso, Santiago observó un cartel que
decía: “Baje la velocidad, puente angosto
a 200 m”.
-
Debería
bajar un poco la velocidad, ¿no cree?
-
No
se preocupe, cruzamos el puente y ya llegamos.
-
El
caudal del río es inmenso. ¿No podían hacer un puente más ancho?
-
No
todo es perfecto ¿verdad?, sobre todo nuestra política.
Santiago miró muy fijamente el río y se dio con la
sorpresa que la orilla habían unos niños recolectando basura. Obviamente, se
dio cuenta de que no estaba en la zona “real” del país. Todo estaba disfrazado
con maquillaje y sonrisas falsas. Así debías ser, si querías sobrevivir, pero
este país no era el único, era solo uno más de tantos que eran dominados por la
corrupción y transgresiones de un gobierno.
El tráfico empezó a acumularse en el puente y solo
había dos vías contrarias. Los autos empezaban a moverse con tal de pasar al de
adelante. Santiago no se percató del auto de atrás mientras miraba muy
atentamente a los niños. El conductor aprovechó el momento preciso para hacer
una maniobra peligrosa: adelantarse al auto siguiente y esquivar al que venía
en dirección contraria. Error sumamente predecible, pues el choque ocasionó que
varios autos chocaran entre sí. Un camión pequeño de combustible pasaba en ese
momento por ahí y de repente colisiona con el auto que estaba enfrente de
Santiago. El puente se rompe, muchos caen y el auto de Santiago se encontraba
volteado al filo del puente.
-
¡Sal
del auto rápido! – gritó el conductor.
-
Lo
ayudaré primero, deme la mano.
-
¡Vete,
tonto!
-
¡Deme
la mano rápido!
La presión se acumulaba en Santiago, pero se dio
cuenta de que era imposible. El auto cayó con el chofer dentro. Santiago solo
vio cómo su rostro desaparecía entre las aguas. Intentó pararse, pero no podía
ver nada. El humo de la explosión no cesaba y no se escuchaba algún sonido
humano, excepto por el de una ambulancia. Santiago siguió dando pequeño pasos y
lo lejos vislumbró una luz que se acercaba a él. Era un auto y al parecer no
tenía freno. Santiago se asustó y retrocedió, y un mal movimiento causó su caída
al río.
Las aguas estaban heladas y las corrientes estaban
demasiado fuertes como para poder nadar. Los niños habían desaparecido del
susto. Vio como el puente se incendiaba a lo lejos y también como algunas
personas que del dolor se tiraban al río.
Intentó agarrarse de una roca pero solo logró golpearse con una rama. No pudo
ver más, se hundía, no podía respirar y lo peor es que estaba en dirección al
mar.
Al día siguiente, un anciano caminaba por la orilla
de la playa. El sol era radiante y las brisas eran frescas. Caminó un poco como
siempre hacia, pero esta vez se topó con algo inesperado: un cuerpo
inconsciente. “Es un joven, definitivamente peruano. Debe ser uno de los que
cayó en aquella explosión”, pensó. Rápidamente, dio un silbido y enseguida
apareció una joven.
-
Papá,
¿Qué pasó? ¿por qué silbaste?
-
Rosi,
ven rápido y ayúdame a llevarlo a casa.
-
¿Está
vivo? Deberíamos llevarlo al hospital.
-
No,
no quiero tener ningún problema, mejor ayudémoslo y que se vaya por su cuenta.
-
Pero…
-
¡Ya
dije! Ya tenemos suficientes problemas con el gobierno como para tener otro.
-
Está
bien, pero luego no te quejes.
-
Está
niña, ya llevémosle.
Rosi y su padre llegaron a su casa, hecha de madera
y el techo de cartón duro cerca al mar. Al entrar, Rosi apagó el horno y sacó
el pan recién hecho para ponerlo en la mesa. Luego, se dirigió a ayudar a su padre para acostar al joven sobre el
pequeño sofá que estaba cerca del horno.
-
Listo,
ahora dale un poco de agua.
-
¿Por
qué yo? Tú lo encontraste, ¿recuerdas?
-
No
te lo he preguntado, es una orden, Rosi.
-
Okey,
okey.
-
¿Qué
te he dicho de esas palabras extranjeras?
-
Lo
sé, nunca decirlas, no son necesarias aquí.
-
Iré
a lavarme y luego iré a trabajar. Te quedarás en casa, le darás un poco de pan
y leche y luego deja que se vaya. ¿Escuchaste?
-
Sí…
papá.
El anciano salió muy rápido del baño, pues su
trabajo para él era muy importante. Por suerte, solo tenía que cruzar la calle.
Era un pequeño establecimiento muy humilde, era su propia panadería. Los
vecinos lo respetaban y querían mucho, era un buen hombre de buen corazón y en
el mostrador siempre tenía una foto de Rosi y él. Mientras tanto en su casa, su hija daba de
beber al joven hasta que por fin recobró la conciencia.
-
¿Dónde
estoy?
-
Esta
es mi casa, mi padre te encontró en la orilla del mar, cerca del desemboque del
río.
-
¿Quién
eres?
-
Rosi,
dime ¿recuerdas lo que pasó?
-
No…
yo… solo recuerdo la explosión y a ese… hombre.
-
¿Hombre?
¿qué hombre?
-
El
que cayó por mi culpa.
Las lágrimas empezaron a brotar de sus ojos. Rosi
solo lo miraba fijamente, se dio cuenta que no era una mala persona.
-
¿Cómo
te llamas?
-
Santiago.
-
Mi
nombre es Rosi, Santiago, ¿quieres comer algo?
-
No,
solo regresaré al hotel.
-
El
próximo bus a la ciudad sale en tres horas.
-
Dios,
ahora, ¿Qué hago?
-
Calma,
puedes descansar por el momento aquí – entonces recordó lo que dijo su padre –
no… olvídalo, no puedes quedarte, por aquí hay un motel cerca, ve allí.
-
Pero…
no tengo dinero.
-
Entonces…
-
Rosi
– sostuvo su brazo – tienes que ayudarme a regresar, le prometí a mi madre
llamarla cada noche antes de llegar al país – soltó su brazo – debe estar
preocupada, no quiero ponerla así.
-
Mira,
toma cincuenta céntimos y ve a un teléfono, pero si mi padre te ve todavía
aquí….
-
Rosi,
por favor, nunca había sentido tanto miedo en mi vida, nunca me había sentido
tan solo.
-
Al
menos tu madre está contigo y te espera. Mi madre me abandonó cuando era solo
una bebe.
-
¿Y
tu padre?
-
No
lo sé, debe estar viviendo en algún, gracias a Dios, Franco me encontró.
Santiago al escuchar ese nombre empezó a retroceder
en el tiempo rápidamente. Érase unos diez años cuando Santiago iba a la escuela
primaria en Estados Unidos. Su madre siempre lo llevaba y recogía, y cuando
llegaba a casa, sus abuelos estaban para recibirlos. Todo parecía perfecto
hasta que una noche Santiago se levantó por una pesadilla. En el trascurso de
ir a la habitación de su madre, escuchó a sus abuelos discutiendo con su madre
sobre un tal “Franco”, luego de unos minutos una palabra fue reconocida:
“padre”. Nadie se dio cuenta de su presencia y Santiago regresó a su habitación
para quedarse dormido de los miles de sueños que tenía junto a su padre. ¿Quién
era él? ¿Dónde estaba? ¿Por qué no vivía con él?, todas esas incógnitas lo
perseguían hasta ahora. Aunque nunca trato de buscarlo, no significa que no lo
deseaba, pero no podía dejar a su madre, después de todo lo que sufrió por
criarlo con las reglas de sus abuelos.
-
¿Dijiste
Franco?
-
Si,
¿por qué?
-
¿Puedo
ver una foto de él?
-
¿Lo
conoces? - señaló la foto que estaba
encima de la mesita de al lado.
-
No
se parecen en nada.
-
Obvio,
¿ no? Pero aunque no lo creas, nos parecemos bastante, ambos seguimos nuestros
sueños.
-
¿En
que trabaja?
-
Es
panadero.
-
¿Ese
era su sueño?
-
No
le veo nada de malo, es más, lo envidio por ser tan perseverante en la vida,
pues no la tuvo fácil.
-
¿Qué
quieres decir?
-
¿Qué
tal si te lo cuento yo mismo? – dijo Franco al abrir la puerta y sentó junto a
él- dime, ¿estás ya mejor?
-
Sí,
señor, muchas gracias, le debo la vida.
-
¿tú?
No lo creo. Solo un hijo le debe la vida un padre. Luego nada más.
-
Verá…
yo no tengo padre. Mi madre se separó de él cuando se embarazó.
-
¿Por
qué? – intercedió Rosi.
-
Niña,
deje de chismosear la vida de los demás y vaya a ver el horno.
-
Ya,
papá.
-
Niños
– se quejó – bueno dime, ¿tu nombre es?
-
Santiago,
señor.
-
No
crees que es hora de irse.
-
Según
su hija, el bus sale en tres horas.
-
Y…
¿crees que mi casa es un hotel de lujo o algo así?
-
Señor,
al menos, déjeme preguntarle algo.
-
Rápido
antes que eche a palazos.
-
De
casualidad, ¿tiene hijos? , claro hijos de su sangre.
-
Rosi,
¿Qué le has contado?
-
Nada,
pa, está delirando.
-
Será
mejor que te vayas.
-
Espere…
espere… no me cierre la puerta…. Conoce a Diana Fernández.
El silencio permaneció dos horas. Santiago fue a
sentarse cerca del mar. Se quedó maravillado por el hermoso paisaje. Así
olvidaba la rara escena que acababa de ocurrir hace unas horas. Cómo era
posible que fuera su padre, pensó. Faltaba poco para que saliera el bus, así
que se paró y siguió su camino. Ya en las calles vio tantas cosas que le
llamaron la atención como las casitas hechas de madera y pocas de cemento,
muchas de ellas en lo alto del cerro. Las personas eran diferentes a las otras que
había visto cuando estaba en el taxi. En realidad, era igual solo que unas
sufrían más que otras y eso borraba su sonrisa. Vio a una anciana en su puesto
de frutas y pensó en pedirle un poco, no estaban malas, en realidad estaban muy
bien cuidadas. La señora fue muy amable a pesar de su condición, eso hizo que
Santiago sonriera, además en una esquina vio que ahí estaba los niños de la
orilla del río jugando y saltando entre ellos. Estaban felices con lo que
tenían, corrían en las calles, jugaban en el mar, para ellos la vida que vivían
era natural.
-
Tú
eres el joven que encontró Don Franco, ¿verdad? – insinuó la señora.
-
Sí,
todos lo conocen por lo que veo.
-
Es
una buena persona, ha sufrido bastante.
-
¿Por
qué?
-
No
le digas que te dije, pero por ahí me contaron que una vez, hace veinte años el
era un joven muy enamorado, es más iba a tener un hijo.
-
¿Y
que pasó?
-
Lo
encerraron en la cárcel por dispararle a su esposa.
-
Quiere
decir que la asesinó.
-
La
historia se pone más interesante, en realidad, la salvó.
-
¿La
salvó disparándole?
-
Niño
tonto, intentó defenderla de unos delincuentes pero al final todo salió mal.
-
¿Y
dónde está esa mujer?
-
Nadie
lo sabe. Creo que ni siquiera él, creo.
-
Este
país está hasta las patas.
-
Pero
que podemos hacer, no hacen caso a la mayoría así no hay progreso. Pero, hijo
¿Qué haces aquí? Ve a vivir la vida y no te encierres en este pueblito.
-
Pero,
me está empezando a gustar este lugar, tiene algo que yo nunca encontré en otro
lado.
-
¿Qué?
-
Unión.
La señora le sonrió y le dio una moneda de cincuenta
céntimos para que hiciera una llamada a algún familiar. Santiago agradeció y se
despidió.
-
¿Aló?
¿Mamá?
-
Santiago,
gracias a Dios que estás bien, ¿Dónde estás?
-
En
un pueblo cerca del desemboque del río, lo siento por no llamarte.
-
Escuche
lo del accidente, estoy en camino.
-
Estás
viniendo hacia acá.
-
Si,
Santi, te veré pronto, espérame en la estación de bus, ¿entendiste?
-
Está
bien, te veo luego.
Santiago se despidió de la señora de las frutas y se
dirigió caminando hacia la estación. “Solo he estado unas horas aquí y ya se
siento que estoy alejándome de mi hogar”, pensó. Su corazón se agitaba con cada paso que daba,
se sentía asfixiado, el calor era sofocante, al llegar vio un niño tomando agua
de una botella, se acercó y le pidió un sorbo.
-
Debí
darte algo de comida y agua cuando te fuiste – apareció Rosi.
-
Rosi,
¿Qué haces aquí?
-
Mi
padre, bueno… tuvimos una discusión…
-
¿Tiene
que ver conmigo?
-
Algo
así.
-
Dime,
Rosi, mi madre está por llegar, quizá no pueda volver más.
-
¿Tu
madre? Esa es una buena noticia, mi padre… digo el señor Franco se pondrá muy
feliz.
-
¿Qué
quieres decir?
Rosi estaba por contarle todo lo sucedido cuando él
se fue de la casa, pero un auto lujoso paró en frente de ellos y de él bajo una
hermosa dama, la cual vestía un hermoso conjunto de color palo rosa, su cabello
sujetado y su maquillaje tan natural que hacia reflejar su bella sonrisa.
-
Mamá,
llegaste.
-
Santi,
es un milagro – lo abrazó fuertemente.
-
Estoy
bien, ma, estoy bien.
-
Su
hijo es muy fuerte. Debe estar orgullosa – dijo Rosi.
-
Si,
lo estoy – miró con orgullo a su hijo – ¿Tú eres?
-
Ah,
lo siento, mi nombre es Rosi, hija… adoptiva del hombre que lo encontró.
-
Rosi,
no tienes porque… - dijo Santiago.
-
Si,
Santiago, si tengo, tu madre no puede malentender nada.
-
¿Malentender
qué?
-
¿Qué
tal si hablamos en el café? Está muy cerca.
Ambos asintieron y Rosi los condujo hacia el lugar.
La conversación comenzó muy amena, es más el joven de la caja pensó que Rosi
era hija de la señora Diana. Toda iba bien hasta que Rosi tocó el tema del
pasado. Ella explicó el resentimiento que sentía Franco y que aún estaba
tratando de entender. Santiago quedó enmudecido pero a la vez sonreía porque la
persona que lo salvó era su padre. Lo que no esperaba es que su madre estuviera
totalmente seria y calmada. Simplemente, agradeció por el café y se fue.
Santiago intentó detenerla, pero fue imposible. Nunca había visto a su madre de
esa forma, tan furiosa y alejada. Definitivamente, todo concordaba sobre todo
la historia que le contó la señora de las frutas.
-
Mamá,
por favor, quédate, estoy de acuerdo con Rosi.
-
Siempre
te he dado mi apoyo en todo, Santi, pero esta vez eso será imposible.
-
Mamá…
-
Puedes
quedarte si quieres… después de todo es tu padre.
La señora Diana se alejaba y se alejaba en pasos
eternos. Deja así su sombra y silencio en todo el ambiente. Santiago y Rosi
estaban tristes, su familia se había vuelto a separar y todo parecía imposible.
El mesero, que había escuchado parte de la conversación, parecía conmovido y se
acercó: “Rosi, tu padre está buscándote”.
-
Será
mejor que me vaya.
-
Espera
al menos debemos hacer que se encuentren, por favor, acaso no se lo debes a
Franco.
-
Y
¿qué pasará luego? Quizá solo se distancien más.
-
Mi
madre cometió un error, pero si no fuera por ella, yo no sería lo que soy hoy y
tú… y tú no estarías aquí, Rosi.
-
Sé
que Diana y Franco necesitan conversar, pero… ¿por qué tú no con él?
Rosi se despidió con una sonrisa y luego se acercó
al mesero para pagarle la cuenta. “No es necesario, Rosi”, le dijo. Ella siguió
su camino y con un gesto amable le agradeció al mesero por su atención.
Santiago pidió una taza de café más y empezó a reflexionar en todo lo que había
pasado, sobre todo en las palabras de Rosi.
Luego comenzó a deambular por las calles, a ver si así encontraba una
respuesta. Todo había pasado tan rápido que parecía uno de esos sueños que
tenía de niño con su padre. “Hay tanto que quisiera contarle”, pensó.
El atardecer empezaba a notarse, las olas del mar
parecía calmadas y el cielo denotaba un hermoso paisaje. Las huellas se
borraban por el agua en la arena y el camino que formaba Franco desaparecía.
Miraba constantemente el cielo y recordó su viejo hábito de jugar con las
formas de las nubes, comenzó a reírse y disfrutar el momento, pero al final era
solo el comienzo para dejar caer las lágrimas reprimidas del pasado.
-
¿Un
pañuelo?
-
Santiago,
tú… ¿Qué haces aquí?
-
Rosi
nos contó todo.
-
Esa
niña… pero ¿nos?
-
Mi
mamá vino a verme justo cuando Rosi estaba conmigo.
-
Diana…
-
Si….
Papá…
-
Lo
siento… realmente lo siento… yo…
-
Lo
sé, lo sabemos, pero mi mamá…
-
Nunca
va perdonarme.
-
Pero…
¿tú a ella?
-
En
ese momento, tú eras nuestra más importante prioridad, en ese momento haríamos
cualquier cosa por mantenerte a salvo.
-
El
mundo… no ha cambiado… sigue separando a las personas… a las familias.
-
Para
que cambie se debe…
-
Unir
a las familias ¿no?
-
Si,
hijo.
Franco orgulloso tomó la mano de su hijo y lo abrazó
fuertemente. Ambos dieron una larga caminata por la playa y comenzaron a
contarse su historia de estos veinte años. Franco le contó lo sucedido hace
veinte años, también cuando encontró a Rosi y su sueño de panadería. A la vez,
Santiago le contó sobre los recuerdos que tenía junto a su madre, lo sucedido
en el accidente y lo feliz y calmado que le hacía sentir este lugar.
-
Ya
era hora que llegaran, es hora de la
cena – insinuó Rosi.
-
Gracias…
hermana.
Los tres empezaron a reírse. Luego de una apetitosa
cena conversaron un poco sobre la vida en este lugar. Rosi era de esas personas
que le gustaba hacer bromas y que solía ayudar mucho a los vecinos. Franco
atestiguó eso, pues le contó como ella ponía todo su empeño en la panadería. Lo
pasaron bien, demasiado bien, pero al final de la cena solo quedaba un asiento
vacío. Rosi y Santiago conversaron seriamente con Franco. Aún había algo por hacer
y ese algo no podía quedar el pasado. Pero, Franco tuvo una idea más…
romántica.
-
Mamá,
¿puedes venir por mí?
-
No
volveré, Santi, regresa ¿okey?
-
Si
no vienes, puede ser que te arrepientas toda vida, ven por favor.
-
Te
veo en la estación.
-
No,
necesito que vayas a otro lugar.
Santiago había terminado una parte del plan, ahora
todo quedaba en manos de Franco y Rosi. Mientras tanto, cuando Diana llegó se
dio con la sorpresa que los habitantes del pueblo habían desaparecido.
“Definitivamente algo está pasando aquí”, se dijo asimisma. Continuó caminando
y llegó a un pequeño establecimiento. Leyó el cartel de arriba “Panadería
Milagro” y se vio que la puerta estaba entreabierta. Se acercó y la abrió. Las
luces se prendieron todas a la vez y vio que todo estaba decorado.
-
Mamá,
toma, lo necesitarás – puso en su mano un bouquette.
-
Santiago,
tú…
-
No,
yo no… él.
Todos
estaban vestidos muy elegantes: los vecinos, Santiago, Rosi y Franco,
quien estaba en el centro, junto al padre. Diana caminó lentamente hacia él. La
música empezó y todos se pararon para la entrada de la novia. Santiago y Rosi
seguían a Diana detrás como dos pequeños niños.
-
No
has cambiado nada – susurró Diana a Franco.
-
Mejor
tarde que nunca, ¿verdad?
-
Tonto,
ya nos habíamos casado.
-
Pero…
no con toda la familia.
Santiago no dejó de sonreír aquel día, su madre
nunca estuvo tan contenta y Franco dejó atrás los rencores. Rosi pertenecía a
una familia completa ahora y el pueblo los ayudó para que su casa fuera un poco
más grande, pues dos nuevas personas iban a mudarse. Santiago no dejó su sueño
atrás y trabajó arduamente con su padre para sacar un restaurante y una
panadería a la vez. Ambos se volvieron muy unidos al igual que Diana y Rosi.
Luego de la boda, Santiago quería que sus padres se
fueran de paseo por un tiempo. No dudo más y llamó a un taxi para que los
llevara. Lo que no se esperaba era que sería el mismo taxista de aquella vez.
-
Nos
vemos otra vez, extranjero.
-
¿Usted?
-
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