Buscar este blog

lunes, 6 de mayo de 2013

El Rio

AUTOR: Yolanda Carrillo
Alumna del Curso de Técnicas Narrativas
(Mexico)

EL RÍO

 La madre lo supo primero, aunque nadie le creyó.  Sumergida en ese presentimiento, reunió latas, harinas, manteca, café.... para cuando llegara el desastre, y guardaba sábanas toallas y frazadas...  empapada en lágrimas. Pero todos se reían de ella.
 Habían llegado las lluvias para calmar los calores, los cuerpos sedientos, las plantas sembradas en espacios cada vez más alejados. El contento de tierra mojada invadía los espíritus. Los niños se regocijaban en las calles, y se enviaban mensajes ocultos en barcos de papel gracias a las aguas tranquilas que bordeaban las banquetas. Pies desnudos, chapoteantes...
 En las tardes iban de paseo al Rio Grande, finalmente pleno, de corrientes rápidas… ahí los barcos se aceleraban, iban veloces...
Llovía despacio,  y los pobladores saboreaban esa abundancia venida a gotas... de mañana, al atardecer... cobijando con su rumor nocturno tantos sueños y ensueños.
 Llovía....y el agua acumulada empezaba a invadir calles... a ocupar rincones, a estancarse en habitaciones.  Y de pronto fue necesario desconectar la luz del pueblo, y las tristes melodías de amor derramadas por la cantina no se escucharon más.
 Una noche, ya tarde, unas voces irrumpieron en el cuarto de la niña. La vistieron manos presurosas y rápidamente bajaron a la entrada del hotel.  El vestíbulo anegado reflejaba una doble realidad... fascinante para los ojos de la niña.  De pronto el espejo fue roto por la impetuosa entrada de una figura enorme envuelta en una capa negra, lustrosa de lluvia.
 Unos brazos fuertes surgidos de esa negrura tomaron a la niña, la arrancaron de los brazos de la madre para conducirla a la calandria que esperaba afuera. El olor de lluvia sacudió a la niña, esos brazos ajenos la turbaron también.  Pero ya estaba dentro del carruaje, acompañada de otras mujeres, rumbo a las afueras del poblado...donde aún no llegaban las aguas del río... y se fueron a paso de caballo, urgido por la vehemencia de su guía.
 Atrás quedaba el padre, con pantalones arremangados, y sus fuerzas dirigidas a los pobladores, sordo a los ruegos de la niña para que las acompañara. Y ahí supo ella a qué se dedicaba él....  fue entonces que escuchó las palabras conciencia y principios por primera vez.  Ese era su padre.
Subieron a un cerro hecho de piedras pequeñitas y encontraron un lugar donde aposentarse, donde colocar los víveres y las frazadas para resguardar a las hijas de las madres... Aquellas, jubilosas, se cubrían el rostro con sábanas, obstáculos tenues para impedir la humedad de la lluvia, y así  durmieron, extasiadas, de cara al cielo infinito.
Pasaron los días y llegó la mañana en la que pudieron bajar al pueblo enlodado, marcado en sus paredes por la presencia del agua. Los pobladores reconocían difícilmente sus hogares,  buscaban pertenencias,  esperaban el auxilio que les permitiera retomar esa vida, la acostumbrada, la de todos los días.
Mientras tanto, la rutina alterada obligaba a las mujeres a cocinar en patios, con los alimentos conservados por la madre. Tortillas recién hechas y frijoles eran consumidos velozmente...
La niña, encantada por la pérdida de sus zapatos, corría descalza con sus compañeros de juegos. Devoraban frutos destinados a los pájaros y subían a las bardas de adobe sobrevivientes....
Respiraban a fondo, y miraban un mundo trastocado, que los abandonaba en el aire cargado de olores, en el barro nuevo...  en el Rio pesaroso que volvía a sus cauces, aliado una vez más al pequeño pueblo.

No hay comentarios: