Alumna del Curso de Técnicas Narrativas
(Mexico)
EL RÍO
La madre lo supo primero, aunque nadie le
creyó. Sumergida en ese presentimiento,
reunió latas, harinas, manteca, café.... para cuando llegara el desastre, y
guardaba sábanas toallas y frazadas...
empapada en lágrimas. Pero todos se reían de ella.
Habían llegado las lluvias para calmar los
calores, los cuerpos sedientos, las plantas sembradas en espacios cada vez más
alejados. El contento de tierra mojada invadía los espíritus. Los niños se
regocijaban en las calles, y se enviaban mensajes ocultos en barcos de papel
gracias a las aguas tranquilas que bordeaban las banquetas. Pies desnudos,
chapoteantes...
En las tardes iban de paseo al Rio Grande,
finalmente pleno, de corrientes rápidas… ahí los barcos se aceleraban, iban
veloces...
Llovía
despacio, y los pobladores saboreaban
esa abundancia venida a gotas... de mañana, al atardecer... cobijando con su
rumor nocturno tantos sueños y ensueños.
Llovía....y el agua acumulada empezaba a
invadir calles... a ocupar rincones, a estancarse en habitaciones. Y de pronto fue necesario desconectar la luz
del pueblo, y las tristes melodías de amor derramadas por la cantina no se
escucharon más.
Una noche, ya tarde, unas voces irrumpieron en
el cuarto de la niña. La vistieron manos presurosas y rápidamente bajaron a la
entrada del hotel. El vestíbulo anegado
reflejaba una doble realidad... fascinante para los ojos de la niña. De pronto el espejo fue roto por la impetuosa
entrada de una figura enorme envuelta en una capa negra, lustrosa de lluvia.
Unos brazos fuertes surgidos de esa negrura
tomaron a la niña, la arrancaron de los brazos de la madre para conducirla a la
calandria que esperaba afuera. El olor de lluvia sacudió a la niña, esos brazos
ajenos la turbaron también. Pero ya
estaba dentro del carruaje, acompañada de otras mujeres, rumbo a las afueras
del poblado...donde aún no llegaban las aguas del río... y se fueron a paso de
caballo, urgido por la vehemencia de su guía.
Atrás quedaba el padre, con pantalones
arremangados, y sus fuerzas dirigidas a los pobladores, sordo a los ruegos de
la niña para que las acompañara. Y ahí supo ella a qué se dedicaba él.... fue entonces que escuchó las palabras conciencia y principios por primera vez.
Ese era su padre.
Subieron a
un cerro hecho de piedras pequeñitas y encontraron un lugar donde aposentarse,
donde colocar los víveres y las frazadas para resguardar a las hijas de las
madres... Aquellas, jubilosas, se cubrían el rostro con sábanas, obstáculos
tenues para impedir la humedad de la lluvia, y así durmieron, extasiadas, de cara al cielo
infinito.
Pasaron los
días y llegó la mañana en la que pudieron bajar al pueblo enlodado, marcado en
sus paredes por la presencia del agua. Los pobladores reconocían difícilmente sus
hogares, buscaban pertenencias, esperaban el auxilio que les permitiera
retomar esa vida, la acostumbrada, la de todos los días.
Mientras
tanto, la rutina alterada obligaba a las mujeres a cocinar en patios, con los
alimentos conservados por la madre. Tortillas recién hechas y frijoles eran
consumidos velozmente...
La niña,
encantada por la pérdida de sus zapatos, corría descalza con sus compañeros de
juegos. Devoraban frutos destinados a los pájaros y subían a las bardas de
adobe sobrevivientes....
Respiraban a fondo, y miraban un
mundo trastocado, que los abandonaba en el aire cargado de olores, en el barro
nuevo... en el Rio pesaroso que volvía a
sus cauces, aliado una vez más al pequeño pueblo.
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