Autora: Sandra Olano
Alumna del curso de técnicas narrativas
Cinco
capítulos para un velorio
Capítulo uno: La serpiente, el perro y el caldo de gallina
Ay curita, lo sabía, ni cielo ni
infierno, solo una especie de reunión casual de personas, hemos conversado, que
es lo que hacemos todo el tiempo, sino estamos sobre-azulados, que es como
estar adormecidos, observando, escuchando o descansando. Los interesantes o por lo menos los verdaderamente pueden mantener
conversación entretenida, sostienen su punto de vista, la discuten y aceptan
que alguien podría tener la razón menos el otro expositor. Un día los vi, discutiendo, el gran Tezn-chi y el mago Waly E. London sobre
la inexistencia del dolor y cómo la atemporalidad hace insoportable y aburrida la estancia o permanencia de nuestros
gases en este hueco luminoso, el mago sostenía que regresaban al mismo punto
una y otra vez a lo que el otro, riéndose, respondía que no sabía de dónde
sacaba eso, pero en todo caso de tanto regresar al mismo punto la cosa se había
vuelto redundante. A Waly le dio un ataque de claustrofobia y la conversación
se terminó.
El carro se detuvo frente a la funeraria finitud, salió
una mujer mediana, vestida de negro y con un manto que cubría su cabeza,
también negro, la mañana era fría y después de dar unos pasos ella se detuvo
frente a la puerta, sus manos ocultas hasta el momento fueron expuestas para
empujar la puerta de vaivén, pero al contacto con el metal frío, temblaron.
Cuando Jessica y Sebastián salieron del hospital era
jueves, ninguno de los dos podía asegurar qué día era, hasta que en el puesto
de periódicos revisaron la fecha y los últimos eventos, la muerte del
comandante Matos, no era un evento que saldría en primera plana, los dos se
sintieron aliviados, Jessica detestaba cómo los periodistas abordaban las
muertes, accidentes, crímenes, todo era exposición y sobre exposición. Los dos salieron caminando en silencio, solo
ellos sabían sobre el deceso, tendrían que avisar a la familia, prefirieron
tomarse algo caliente, las horas pasadas no habían ingerido alimento y su mamá
siempre decía que no se puede pensar con el estómago vacío, tenían que buscar
una funeraria y otras muchas cosas que hacer.
El desgano era un impedimento.
La calle estaba todavía oscura, solo se veían algunas
personas caminando, carros que hacían de taxis y en la esquina un hombre de
mandil blanco con puesto humeante. Sebastián conocía un lugar cercano donde podrían comer algo que los reponga.
-
Es un alivio- Jessica caminaba mirando dos
cuadras hacia adelante, un punto amarillo que se movía- el problema va a ser
mamá, no sé si va a reír o llorar.
-
Probablemente las dos cosas- Sebastián era el
mayor de los hermanos, por lo tanto conocía más tiempo a su mamá.
-
Prefiero eso a su silencio- Jessica miró a Sebastián y sus ojos se encontraron, los ojos de él estaban reventados, Jessica
los mantenía semi-cerrados por un falla de origen, era achinada, lo que
contrastaba con sus ojos cuando estaba sorprendida, llegaban a ser más grandes
que los de la mayoría.
Dentro del restaurante las mesas seguían sin ordenar, las
sillas dispuestas sobre las mesas y un mesero demasiado alto y
delgado tomó la orden, dos caldos de gallina. La única mesa apta era la que
estaba cerca a la puerta, al costado una gran ventana dejaba ver hacia afuera
toda la calle, El mesero escuchó el pedido y fue hacia la cocina, diez minutos
después regresó con los dos platos hondos, cada uno con un cuchara sopera, uno
en cada mano con destreza. La impresión que daba era la de un hombre que al
hombro lleva un palo sosteniendo en los dos extremos un balde lleno de agua,
luego a Jessica le pareció que más se parecía a figura dela justicia, la
balanza.
El día aclaró, la disposición de los cuerpos se había
relajado, la sopa ya estaba por la mitad. Sebastián fue el que habló primero después de veinte minutos en los que
cada uno se había dedicado a saborear su plato.
-
Tal vez no debimos ocultárselo
-
Tal vez, pero no sabíamos lo que iba a
suceder, ni siquiera hasta hoy supimos lo que realmente sucedía- Jessica lo miraba
fijamente, su plato estaba vacío frente a ella y ella con sus brazos cruzados,
los dos codos apoyados en la mesa.
-
Ayer pensé que las cosas se pondrían feas- el
rostro de Sebastián envejeció, su mirada se hizo más densa y Jessica comprendió
que el perro se había vuelto viejo, Sebastián sería la cabeza del hogar y eso no
sería nada grato, por momentos, no para él.
-
Lo manejaste bien, a mí ni siquiera se me
hubiera ocurrido, cuando llamaron a tu celular y vi el nombre, pensé nos
jodimos y luego esa forma excelente para
el rostro, pensé mi hermano es maricón, pero de eso me di cuenta hace tanto.
-
Cállate, la abuela necesitaba hablar, cree
que estamos molestos con ella y que su hijo ha desaparecido, que en parte es
verdad.
-
¿Molestos? Y por qué habríamos- los ojos de
Jessica se habían agrandado y esto intimidaba a Sebastián.
-
Si la abuela no fuera tan buena no sería tan
difícil darle la noticia
-
Calla idiota- en la voz de Jessica siempre había
un poco de desprecio aún fuera en broma.
-
Me va a pesar, probablemente la abuela no me
hable por un buen tiempo.
-
Seguro a ninguno, ya veremos.
Un señor vestido de negro pasó delante de la ventana,
Jessica lo miró y sonrió, Sebastián también.
Sebastián admiraba a su hermana, porque era fuerte, sin
ella no sabría cómo hacer las cosas, él era la cabeza de la familia, pero sin
Jessica las cosas no avanzarían para ningún lado. Era rápida, ligera, sutil. Él
la amaba por eso.
Hay una ligera diferencia, entre la
belleza y la fealdad, pero no puedo distinguirla, Jessica tiene en el rostro la
huella de las dos. Es una mescla que no logra diluirse y hacerse una sola, es
como si dos gases se respetaran y convivieran en un mismo espacio. El columpio
sigue meciéndose, pero no hay viento que lo impulse en ese prado, Lorena es una
niña hermosa, maldito nunca la habías visto tan hermosa y ahora que está lejos
no puedes abrazarla, se puede sentir pesar, pero no puedes arrepentirte aquí,
vamos a ver cuánto dura el teatro, por lo que están pensando, dudo que mucho. Camino
calato y nadie me ve.
Capitulo
dos: El velorio o rebelión en la casa
-
Has visto su rostro parece que estuviera
dormido, apenas me acerque lo vi, parecía papá cuando murió, me dieron ganas de
romper la luna y besarlo- Tía Laura o
cocodrilo llorón, era de la familia, la más extravagante, siempre llevaba algún
pendiente de flor en el pecho de su blusa, pasaba por exótica. La flor en el
pecho siempre era igual a la que llevaba en el cabello, en esta ocasión eran
dos lotos negros idénticos, de plástico, pero de un realismo y exquisitez maravillosa,
la palidez de su piel contrastaba con el color de su cabello, negrísimo. Un vestido
recto totalmente negro le cubría el pecho, dejando desnudo su cuello largo, hasta
las pantorrillas, era un modelo simple de corte recto, pero en su cuerpo lucía elegante. Todos concordaron
que si no fuera este un velorio la hubieran invitado un café o una copa de
vino, don Víctor soltó un piropo y tía
Laura enrojeció. era la hermana menor de los cinco hijos de doña Julia.
-
A quién se le ocurrió poner una luna- Victoria, sobrina del
comandante Matos, dejaba ver sus pechos
bajos una transparencia marrón, sus
labios gesticulaban cada palabra y la voz que salía era medio ronca. Su mirada la dirigió a Jessica, quién al
darse cuenta de que la pregunta era para ella trato de pensar un respuesta
educada.
-
Lo decidimos entre los tres, al comienzo
Sebastián se rehusaba, pero mi explicación debió bastarle, sin la luna todas
esas putas lo hubieran besado y babeado. Mamá las invitó, siempre ha sido una
mujer débil- Serpiente miraba a Victoria desafiante con lo que don Víctor
llamaba, mirada de asesino, hurgando, entrando por los ojos y clavando el
alfiler en medio del cerebro.
La pieza era amplia. La puerta daba directo a la calle,
pero ya que esta daba a la parte trasera de todo el local y con una puerta
independiente, Jessica se aseguró que el ruido de los carros, la gente
transitando no se filtrará, todo era reservado. La pieza estaba iluminada por
fluorescentes en el techo y algunas direccionales, la luz era blanca, todas las
paredes también. Al medio de la habitación el ataúd, marrón oscuro estaba
rodeado de flores blancas, dos capillas ardientes, una a cada lado. La
conversación se mantenía a un tono modulado. Don Casmurro, les había brindado
la libertad entera para realizar la ceremonia según sus creencias. Esto incluía
alcohol y algunas drogas, si las habían, las prohibiciones eran no hacer escandalo
ni maltratar a ningún ser vivo. La conversación oscilaba entre recuerdos
familiares, de infancia, anécdotas graciosas y chismes, en el grupo de las
mujeres Jessica y Victoria se miraban directamente, las demás mujeres hacían
poco caso a esta tensión, algunas fumaban, otras miraban hacia el costado y
otras ya aburridas se habían trasladado a
otro grupo, en el cual se mantenían al margen, de pie y al costado, ya
que la complicidad del grupo no les permitía tanta libertad. Victoria bajó la
mirada y una sonrisa velada por el nerviosismo brotó en su rosto, su pecho se
movía al ritmo de su respiración. Subió la mirada y la sonrisa nerviosa se
posicionó mostrando levemente los dientes.
-
Solo preguntaba- Victoria estaba tranquila,
su pecho se levantaba levemente, Jessica vio el gesto y bajó la guardia,
también sonrió- Jessica, serpiente ¿no? Por qué te llaman así- esta vez Victoria
mostró todos los dientes, ella y Jessica tenían la misma edad y siendo las
menores la atención se posaba en ellas. Victoria siempre había sido risueña, de carácter ligero y en lo posible no sumaba
preocupaciones a su vida; en cambio, Jessica siempre fue más tranquila,
físicamente pasaba desapercibida, su inteligencia, en cambio, era cosa que notar
sobre todo para resolver problemas y de esos intrincados que suceden en una
familia tan grande como impredecible.
-
Padre creyó conveniente instruirnos en la
tradición del linaje, algo simbólico, pero tenía mucha importancia para él.
-
En su caso él inventó la de los borrachos hijos
de puta- una voz que antes no había intervenido impuso el silencio, era el tío
Jorge.
Jorgiño, el gordo Jorgiño,
negro hijo de puta, cuántos años sin vernos y tenía que ser en una ocasión como
esta, como fuimos a parar en bandos diferentes siendo tan parecidos, el gordo y
el flaco, que importa lo que dijeran, éramos que dábamos miedo, éramos unos
niños. Mi negro sensación.
-
Tío Jorge, pensamos que no venías- Jessica se
levantó de su silla y abrazó a su tío,
él le dijo algo al oído y caminó hacia el ataúd que estaba en medio de la
pieza.
-
Y esto, apenas muerto y ya se cree un santo,
quién ha puesto este vidrio en medio- Jorge se quedó conversando con él muerto, los demás observaron por unos segundos la escena y luego cada uno
regresó a su conversación, a la silla
volteada formando círculos dispuestos por todo la pieza, el grupo del ejército
de unas quince personas, amigos cercanos del trabajo, todos los demás ignoraban
el estado de Matos; el grupo de la mujeres de la familia, de todas las edades,
sumaban unas veinte mujeres; el grupo de
los hombres, familia y amigos cercanos, sumaban unos veinte y cinco; y por puchos parejas desconocidas, antiguos
amigos y las amantes de Matos, cada una por su lado, solo se reunieron una vez
cuando madre las juntó para conversar. Jessica regresó y tomó asiento en su
silla se quedó en silencio por unos segundos.
-
Para padre todas las personas tenían las
características de un animal, Sebastián era todo un perro; Lorena un tigre y yo,
la serpiente.
La puerta se abrió, Lorena llegaba, vestida de sastre.
Sobria, sin saludar a nadie se sentó al costado de Jessica y le tomó la mano,
Jessica la miró.
-
Qué tal salió todo, cómo está la abuela.
-
No lo sé, me fui antes, no soportaba ver a la
abuela así.
-
Dejaste a Sebastián solo- Jessica observaba cómo la tía María
deambulaba por toda la pieza con la botella de aguardiente en la mano, llenando
los vasitos que se tomaban de golpe o a sorbos, era un único vaso del que todos
tomaban- imbécil, la idea era que te quedaras por si la abuela se ponía mal, pero tenía que ganar
tu egoísmo.
-
No pensé que hubiera algún problema- Lorena había prendido un cigarrillo y sus
manos temblaban heladas.
-
Vamos a la calle- Jessica se paró y se
dirigió a la puerta. Lorena se paró y la siguió, con el cigarro todavía
encendido- afuera el frío era de lo peor, pero ninguna de las dos lo sentía.
-
Lo siento, no entendí el plan, sabes lo mucho
que odio toda esta idea de la muerte- Lorena siempre hablaba bajo y lo justo.
-
Y Alfredo cómo está, no se deja ver ni
siquiera en el entierro de su suegro
-
Y eso que le caía bien, pero ya ves solo él
se entiende y eso es bastante, cuando no anda deprimido.
-
Y siguen consumiendo supongo- Jessica había
prendido un cigarro y aspiraba de él lentamente el humo que luego expulsaba
lentamente.
-
Él sí, yo ya no le encuentro nada. Empiezo a
hartarme de él y siempre estoy pensando en cómo sacarle la vuelta.
-
Y ya lo has hecho.
-
Sí, al comienzo eran desconocidos, para él y
para mí, pero ayer salí con un amigo de él. es mejor cuándo el círculo se
ajusta más.
-
A qué te refieres
-
Has visto una liga ajustada- cuando algo le
interesaba a Lorena era apasionada.
-
Termina por romperse
-
Exacto. Para saber mantenerla ajustada pero
no al punto de romperse debes saber mover tus hilos- Lorena hablaba, con una
sonrisa y la excitación en los ojos. Jessica sintió que la liga que la sujetaba
a su familia estaba a punto.
-
Cómo lo ha tomado mamá- las dos caminaban
mientras conversaban.
-
Ayer lloró
toda la noche, no sé si de felicidad, por ratos parecía reír- Jessica
abrió la puerta y las caras voltearon para ver quién era, al darse cuenta que
eran las dos hijas, siguieron en los suyo, las dos hermanas se sentaron en sus
sillas. Jessica revisó la habitación con la mirada para ver si alguien había
llegado en su ausencia, todo seguía igual, el tío Jorge seguía conversando con
el muerto y la tía María seguía con lo del aguardiente - sigue con ese aguardiente,
cuántas botellas tiene guardadas, que alguien le diga que se siente, no quiero
pelear hoy día.
-
Tranquila Jessica, recuerda que era su
hermano querido, que si se emborracha es porque no sabe lidiar con todo esto.
-
¿Y quién sabe?
Tu mamá se ve tranquila, hasta joven
-
¿A quién se le ocurrió vestirlo de blanco?
-
Pues a tu mamá.
-
A qué hora llega mamá Julia
-
Se ve guapísimo, pero el negro siempre le
quedó mejor- Susana intervino y su estupidez se hizo evidente.
-
Por qué no te callas, aunque sea por respeto
-
Ay Jessica lo digo en serio, mi tío Pablo
siempre fue el más simpático
-
Y tú la más bestia
-
Además de resbalosa, has estado coqueteando
con don Víctor- Lorena miró a Susana hermana gemela de Victoria, mucho más
alegre que ella.
-
Es simpático
-
Y tiene sesenta.
-
Pues se mantiene bien, tiene mucha energía.
-
Sebastián está con la abuela explicándole la
situación. Dentro de media hora debe estar en camino, si las cosas no se ponen
feas, claro. Vengo de hacer los papeles- Lorena explicó la cosas sin moverse,
con la misma expresión, con la misma postura, inmune al dolor.
La tía María seguía repartiendo aguardiente, don Víctor y
los amigos de papá estaban en la esquina, la risa de Luchito siempre aguda
irritaba a Lorena que miraba a todos con el desprecio usual que dirigía a toda
la familia.
Capitulo
tres: el negro sensación y el coronel Matos.
Jorge observaba el ataúd, sus manos se deslizaban por los
bordes agudos, su mirada la dirigía a la cara del muerto, no se podría decir
que había ternura, resentimiento o algún sentimiento evidente, el negro
sensación, el tío Jorge se limitaba a observar el rostro de su hermano mayor,
así durante unos minutos. Al comienzo cuando se dirigía hacia el ataúd pensó
que hubiera hecho caso a su instinto, quedarse en casa, sentía la mirada de
todos sobre él. Tal vez venir no había sido la mejor idea, sobre todo por cómo
las cosas habían sucedido, pero luego recordó que estaba ahí porque tenía tantas cosas que decirle, así que
soltó una sonrisa que nadie vio, porque ya habían regresado sus miradas y
sillas a sus conversaciones anteriores. Una sonrisa que se la debía por mucho
tiempo, Jorge era el mayor de los hermanos y Pablo el menor de todos, lo que
los separaba por quince años, cuando Pablo era un pequeño, Jorge ya estaba
trabajando, siendo el mayor daba el dinero que faltaba, en su niñez Pablo fue
solitario, porque sus hermanas por ser mujeres no lo entendían, pero si lo
engreían, Pablo disfrutaba mucho de la compañía de su hermano, cuando llegaba a
casa luego de una semana de ausencia le contaba las cosas que había visto en
sus viajes a la selva, a Tacna, los pescadores y los estibadores, Jorge era un
mercader, un hombre de negocios, luego Pablo ingresó al ejército y se
dejaron de ver por unos diez años. Fue
cuando los dos ya eran mayores e independientes que nació una amistad muy
fuerte, Pablo tendría unos veinte y cinco años y Jorge unos cuarenta, los dos
andaban de un lado a otro, conversaban sobre todo, Pablo se había dedicado al estudio de la armas y en
historia era un capo, Jorge tenía esa inteligencia que es la suma de esos
conocimientos cotidianos de una vida amplia y rica. Los dos leían mucho y compartían
el gusto por las mujeres, así se
convirtieron en el comandante Matos y el negro sensación, así los llamaban y
esta chapita se esparció a todos sus grupos sociales, incluso dentro del ejército
cuando todavía no era comandante, conocidos por sus conquistas, por andar con
mujeres hermosas, la fama también cobró
su cuota. Su vida ligera llegó a su fin un sábado ocho de octubre del 70,
ninguno volvió a ver al otro hasta el día del velorio, Don Víctor reemplazó a
medias la falta que a Pablo le hacía su hermano mayor, Víctor compartía varias
cosas con Jorge, la picardía que solo da la vida, la viveza del que se gana lo
que tiene con esfuerzo y la sonrisa amplia de negro coqueto. Jorge se fue al
extranjero a hacer negocios y no regresó al país hasta que una llamada de su
sobrina Jessica le dio la noticia de la muerte de su hermano.
-
Quién diría que te morirías antes que yo,
hijo de puta, primero en todo, tenías que morirte primero.
Jorge, si pudieras
verme, si pudiera abrazarte, perdóname, mira las lágrimas se me caen resbalan y
hacen un pozo. Papá decía que los hombres no lloran, mírame por ti lloro hermano.
-
Estás demasiado flaco y esa Carmencita hizo
bien vestirte de blanco, nunca te gustó,
ella merecía su revancha por todas las que le hiciste, esa mujer es una santa y
esperó hasta que estuvieras muerto, pareces Jimmy santi, un james bond de los andes ja, gringo
loco, comandante Matos. El gran hijo de puta roba esposas.
Hermano, tú también
estás demasiado delgado.
-
No te preocupes hermano, la china
resultó ser una sacavueltera, una hija
de mala madre, sufrí mucho por ella
nunca te lo había contado por vergüenza, ella antes me había puesto los cuernos
y siempre era con amigos, con compañeros de trabajo, con el panadero, era una
puta, el psicólogo de parejas me dijo
que ella era ninfómana, no tenía solución, yo en ese tiempo andaba de viaje en
viaje y ella hacía de mi casa un prostíbulo, cuántas veces le pegue y tú sabes que yo no tocó a las mujeres, pero
ella era demasiado no respetaba nuestra casa ni nuestro cuarto, nada, lo hizo
en la casa sin importarle nuestra hija, el que hayas sido tú el
último con él que me la hizo solo lo hizo más doloroso, pero también fue por ti
que me decidí, si una persona no respeta a la familia no merece nada de mí. Me
enoje contigo con justa razón, eras mi hermano, pero además mi amigo. Nunca pudimos
hablar, por eso estoy aquí, para decirte lo que nunca te dije y ya lo he hecho,
todas las noches pensaba en ti, después el tiempo y las preocupaciones lograron
disiparme, pero siempre has sido una espina en mi corazón. Siempre digo que nunca podré perdonarte, pero la verdad
ahora que lo pienso no te tengo rencor y eso se lo debo a pablo.
¿Pablo? ¿Yo? Qué hice
-
Pablo es el nombre del perro de mi hija,
cuando ella tenía diez años me pidió que le comprará un perro y cuando llegó a
casa no sabía que nombre ponerle todavía andaba molesto contigo, así que le
puse tu nombre, al comienzo no le hacía caso, pero pasaron los años y ese
perro no se despegaba de mí, me
acompañaba a comprar, se sentaba a mi costado cuando leía el periódico, incluso
se iba a navegar conmigo, un día conversando con un amigo él me preguntó por
qué le había puesto al perro nombre de persona, le conté toda la historia, él escuchó callado
y luego dijo:
-
Sabes que a los perros se los conoce por su
fidelidad, a pesar que a veces usan frases como: vida de perro o es un perro de
forma peyorativa. El perro es un animal muy fiel y el hecho que le hayas puesto
el nombre de tu hermano a tu perro es una especie de curación, el perro es
ahora el perdón que te permitiste.
Negro siempre te he amado como a un
padre, siempre, yo.
-
Ahora que estoy aquí y después de todo lo que
te he dicho solo tengo una pregunta para ti.
Lo que tú quieras hermanito, lo que tú
quieras
-
Que haces totalmente desnudo a mi costado.
Nunca tuviste decencia, eres un hijo de…
-
¿Me ves? ¿Cómo puedes, estoy vivo,
estás muerto?... ¿Estás loco?
-
No huevon, cómo voy a estar loco acaso crees que
ahorita empiezo a dar vueltas en un pie y recitar un poema de Baudelaire, esta
cabeza está bien.
-
Bueno, loco eres, no te decían negro
sensación por nada.
-
Sí, pero no loco psiquiátrico, me asusta un
poco la idea, cuando entré te vi bailando en medio de la pieza, calato, pensé
que estaba alucinando, me tomó unos minutos calmarme y que nadie se diera
cuenta que estaba espantado, pensé qué mierda pasa, acaso yo también estoy
muerto ¿las personas no me ven? pero cuando hablé y la gente me escuchó y luego
Jessica vino y me abrazó me di cuenta que estaba vivo.
-
Entonces cómo me ves
-
No lo sé, puede ser que esté cercano a la
muerte
-
Puede ser, pero no veo nada malo en ti.
-
Puedes verme por dentro,
-
Sí y escuchó lo que piensan los demás.
Hay algunas cosas que preferiría no enterarme, pero buenos son los costes de
estar muerto. Lo bueno es que puedo estar en varias
partes, es genial y he conversado con qué gentita, científicos, magos,
matemáticos, astrólogos, gente de nivel, profetas frustrados, no hay curas ni
políticos, porque no puedes intentar engañar a la gente ni convencerla, no
pasaron la prueba.
-
Y qué
se siente
-
No se siente nada, pero lo sabes todo,
siempre hay una respuesta para todo, así no lo hayas sabido en vida.
La pieza estaba llena y la gente seguía conversando,
Jorge miró su reloj solo habían pasado cinco minutos después de su llegada,
Jorge se sorprendió pero entendió que cómo toda actividad paranormal no estaba
sujeta a ninguna ley terrenal.
-
Negro necesito que hagas algo por mi
-
Qué sucede.
-
Necesito decirle algo a mis hijos, a
mi esposa.
-
No creo que sea lo más indicado
-
Lo sé pero no puedo desaprovechar la
oportunidad, no sabemos cuánto va a durar esto.
Capitulo
cuatro: la madre del comandante le enseña una lección al perro
Madre mía, pronto te tendré aquí a mi
lado y conversaremos cómo aquella vez, te besaré las manos y nos jugaremos una
partida de póquer, la vida después de muerto es un poco aburrida, pero cuando
vengas sé que me divertiré como chapita destapada, hay tanto que quiero
contarte y además sé que tú le harías buena competencia a Grram Xou Cho, que
nos hace reír que te cagas.
-
Lo eliminaron como a perro- don Víctor
lideraba la conversación.
-
Esos negros malditos, no tienen respeto por
la vida, lo habían seguido varias semanas y cuándo lo vieron subirse al
carro se subieron detrás de él, eran
cuatro negros enormes, el cobrador sintió una reticencia a dejarlos subir, la
estampa del racismo quiso cobrar peaje,
pero la civilización ha matado esas malas costumbres. Ninguno sospechó que ese día sería el último- Luchito miraba
el suelo mientras hablaba- Acribillaron a todos los pasajeros, todo por una
hembrita antigua, por suerte al tío no le tocaron la cara, dicen que por
respeto, por su fama. Eran matones contratados, pero todos saben que hay
respeto.
-
A los demás los acribillaron por feos. Pero
Pablo tenía su cacharro, recuerdas
Jorge, acá este servidor y este viejo conchudo nos disputábamos a las chicas
del barrio, como las luchábamos, flores, poemas, la mejor ropa, en cambio tu
papá ni siquiera se esforzaba, siempre andaba bien acompañado. Las mujeres lo
llamaban a la casa, mamá Julia estaba harta de tanta mujer- a don Víctor le
emocionaba contar su historias.
-
Hasta que conoció a Carmen, negra de un metro
setenta, llevaba un vestido color plata que resaltaba su cuerpo, sí qué era diferente, a ella que le iba a
importar todas esas chicas, que se morían por tu papá, un noche, en la fiesta
de verano, sacó a bailar a Pablo, falsaria, pero qué canción, pero que rico
bailaba, las amigas de Carmen me
contaron que ella apenas llegó a la
fiesta vio a pablo y había dicho que esa noche solo bailaba con el chico de la
rosa en el pecho, al final de la noche ellos eran los únicos bailando y eso que
mi hermano era un bailarín, las piernas le temblaban. Pablo no pudo mirar a
otra mujer, al día siguiente la fue a
buscar a su casa, a la vuelta de la tienda del chino. Salió su papá y
Pablo le pidió permiso para
cortejar a su hija.
La casa de doña Julia era amplia, su sala estaba
amueblada de sillones rojos y objetos de madera, era la casa que le había
regalado su esposo y nada había cambiado. Los dos hermanos habían pasado
grandes temporadas con su abuela, sobre todo por las peleas infinitas de sus
papás, la abuela no intervenía y los recibía siempre con mucho cariño, los tres
hermanos la querían como a una madre y darle la noticia de que su hijo mayor
había fallecido se les hacía casi imposible. Antes de entrar a la casa, Lorena
y Sebastián decidieron omitir algunos detalles, dirían que no sabían mucho y si
la abuela seguía preguntando, porque lo hacía, dirían que en momentos de
conmoción tener todos los detalles en la mente era imposible.
-
Hijito, pasa, has venido desabrigado, y tú,
ingrata con tu abuela, ni siquiera me llamas, he hecho chocolate, pasen, pasen.
Apenas entraron Sebastián y Lorena sintieron el peso en sus
hombros de todos los recuerdos de infancia. Lorena tomó la mano de Sebastián y
la apretó fuertemente.
-
Ahora sí los tengo en mi poder y me van a
decir qué es lo que sucede, nadie saldrá de esta casa sin que yo sepa qué está
pasando, me están volviendo loca, a esta vieja, mejor es que me lo digan y
olvidamos todo lo que ha sucedido estás últimas dos semanas. Seré vieja, pero
tendrán que matarme para salir.
-
Abuela cálmate por que no nos tomamos ese
chocolate que has preparado y conversamos- Sebastián mantenía la calma,
mientras Lorena tragaba saliva y se obligaba a no romper en llanto.
-
Qué chocolate ni que chocolate, has visto
cómo estoy- la abuela levantó sus dos manos y se las mostró a sus nietos- no he
hecho nada, estoy con la presión alta y eso por la incertidumbre, sé que ha
pasado algo malo y debe ser muy malo si no me lo han dicho todavía.
Sebastián se dirigió hacia la abuela, soltando la mano de
su hermana que quedó colgando como un pétalo antes de caer al suelo, y
tomándola del brazo la sentó en el sillón rojo de la sala, inmediatamente él se
sentó a su lado y levantó la vista para ubicar los ojos de su hermana que ya no
estaba.
-
Abuela,
se trata de papá, ha muerto.
-
Ya veo. Con que eso era.
Sebastián se sintió desvanecer, estaba agotado, en ese
momento lo que quería era llorar y que la abuela lo abrazará, pero la abuela se
paró del sillón, y se dirigió al estante central de la sala, abrió el estante
que se ubicaba en apoyado en la pared blanca dónde la abuela guardaba
colecciones de vasos y copas únicas. La abuela que medía un metro sesenta se
empinó en las puntas de sus pies, mientras Sebastián observaba todo esto sin
moverse o decir algo. La abuela apartó los vasos hacia un costado y del fondo
apareció una botella de whisky. Sebastián no pudo ver la etiqueta, pero por la
forma de la botella, parecía ser antiguo y muy caro. La abuela tomó un vaso simple y sirvió en él dos dedos del
whisky, levantó el vaso con su mano derecha, que ya no temblaba, se lo llevó
hacia a la boca, pero antes de abrir los labios inhalo profundamente, su cuerpo
se estremeció, esto solo podría notarlo Sebastián, se demoró unos cinco
segundos en tomarse todo el contenido del vaso y sin decir una palabra volvió a
servir otros dos dedos de whisky, agarró el vaso con la mano izquierda y se lo
mostró a su nieto, indicándole con la mirada que se acerqué y se tomé el vaso.
Sebastián se paró del sillón lentamente temiendo desmayarse y caminó hacia su
abuela. Cuando estuvo cerca, tomó el vaso con la mano derecha y se tomó todo de
un solo sorbo. El líquido le calentó el pecho y le quemó la garganta
-
Ahora sí, ya estás caliente. Eso te pasa por
venir desabrigado
-
Todo esto fue porque yo estaba desabrigado.
-
Sí, sabes que no se puede pensar bien con el
estómago vacío.
-
Sí lo tengo grabado en mi mente, mi mamá
también lo dice.
-
Tú mamá siempre ha sido una mujer inteligente,
pues lo mismo pasa con el frío
-
Y tú por qué tomaste, tú no tienes frío.
-
Yo no necesito razones para tomarme un whisky
en mi propia casa
-
Abuela.
-
Hijo.
-
Te encuentras bien.
-
Verás hijo, tú padre era, cómo decirlo… un
hijo de puta, perdóname la palabra, pero es la verdad, nadie mejor que una
madre para conocer a sus hijos, claro es
mi hijo mayor, mi adoración, yo tenía diez y nueve años cuando lo tuve, he
cometido con él burradas que Dios sabrá perdonar, yo ya pedí perdón por mis
pecados, a dioscito y a tu padre y no sé si él me habrá perdonado, yo lo quiero
mucho, pero él ha hecho cada burrada, hace dos semanas estuvo por acá, vino y
almorzamos, hemos conversado hasta la madrugada. Él y yo siempre nos
entendimos.
-
Abuela, mi papá no es hijo de mi abuelo Cesar
¿verdad?
-
Siempre has sido inteligente
-
Entonces de quién
-
Pues de la vida, tu abuelo Cesar llegó a
nuestras vidas cuando él tenía siete años. Todo ese tiempo anterior yo fui una
puta, no teníamos dinero, antes trabajaba varios turnos de lo que sea, pero
luego llegó ese presidente elefantiásico y nos dejó a todos en la calle, yo no
conseguía trabajo en ninguna parte y Pablo era pequeño, no tuve más remedio.
La casa era antigua, por eso el techo del primer piso era
de doble altura, Sebastián dirigió su mirada a la araña que debía estar en
medio de la pieza, ahí estaba, nada se había movido de su sitio, pero el sentía
una sensación diferente al estar sentado observando a su abuela.
-
Qué piensas de eso- dijo la abuela y lo miró con
ojos inquisitivos.
-
Nada, me has dejado sin palabras- Sebastián
miraba sus manos que, una agarrada a la otra, se sobaban.
-
Cuántas veces te he dicho que las cosas que
se dicen de verdad se dicen mirando de frente ¿crees que soy mala? ¿crees que soy menos de
lo que era antes?
-
No
-
Y por qué. Ahora que sabes que fui puta qué
piensas de mi
-
Nada, te quiero,
-
No, dime la verdad
-
Te quiero
-
Dime la verdad
-
Para qué
-
Porque solo teniendo las cosas claras puedes
tomar decisiones
-
Te quiero no me importa lo que haya pasado.
La abuela se acercó a Sebastián y se sentó nuevamente a su lado, su mano se posó sobre
la de él.
-
Hoy tomé el vaso de whisky con la mano
derecha, a pesar de que soy zurda- la abuela lo miraba con ternura. Su traje
turquesa resaltaba su hermosura.
-
Me di cuenta.
-
Lo hice por tu padre, él era diestro, ese día
que vino pude conocer muchas cosas de él y eso me permitió entenderlo. Tener
las cosas claras y tomar mi decisión de perdonarme y perdonarlo.
-
Yo no puedo.
-
No te estoy pidiendo que lo hagas, te estoy
diciendo lo que yo hice, Sebastián, no tienes que sentirte responsable por la
familia, eres el mayor y claro que tienes algunas responsabilidades que
cumplir, pero que eso no te ate a tu familia
-
Mamá y mis hermanas
-
Ya están grandes. Y tú tienes más deuda contigo,
cuándo te pasé el vaso ¿con qué mano fue?
-
La izquierda.
-
Lo hice porque a ti te conozco desde
pequeñito y te he querido como a un hijo, pero tú todavía no te conoces. Soy
zurda y te lo demuestro, pero eso no me limita a usar la otra mano cuando lo deseo.
Quién eres tú y qué eres no depende de lo que haya sido tu padre. Tienes muchos
rasgos de él pero eres él, eres otra persona.
Cuando doña Julia bajó las
escaleras, estaba vestida completamente de negro, su cabeza la tapaba con un
velo del mismo color y no había maquillaje en su rostro, sus ojos grandes,
negros sorprendieron a Sebastián. La abuela lo tomó por el brazo.
-
Vamos a enterrarlo.
Cuando doña Julia entró a la
pieza, lo primero que avisó su presencia fue una brisa helada, todos se pararon
al darse cuenta de su presencia. Sebastián caminaba a su costado, no se sabía
quién sujetaba a quién. Las dos hermanas
se pusieron una al costado izquierdo y la otra al costado de Sebastián, fue
Jessica la que habló primero.
-
Abuela, lo siento
-
No te preocupes hija, tu hermano me ha
explicado todo- girando hacia donde estaba Lorena- y tú sabandija no te me
vuelvas a escapar.
-
Doña Julia- Carmen se había puesto de pie.
-
Hija, al final lo vestiste de blanco- doña
julia se había acercado al ataúd y observaba a Pablo como se observa a una
miniatura.
-
Sí, me lo debía- Carmen también se había
acercado y entre la abuela, la nuera y los tres nietos formaban un circulo
alrededor del ataúd.
-
Claro- mirando alrededor- y este lugar de
dónde lo sacaron.
Capitulo
quinto: las confesiones de san pablo y la aparición de don Casmurro.
La iglesia de la buena muerte siempre había creado una
gran fascinación en Pablo, siempre pasaba delante de ella, ya que su trabajo
quedaba por ahí, le fascinaba el nombre, pero también su estructuras su cúpula,
su campanario, nunca había entrado, la primera vez que lo hizo se encontró con
Manuel, el cura que presidía la misas ahí, ese día a eso de las tres de la
tarde, solo habían tres personas a parte del cura, un señor de limpieza y dos
mujeres devotas, Pablo no creía en Dios ni en la iglesia, pero siempre había
deseado conversar con una persona que si creyera, una que creyera de verdad. Todos los jueves del mes, después del trabajo, iba y conversaba con
el curita, como Pablo lo llamaba, sobre la vida. Todos en la familia sabían de
él de nombre, pero nadie lo conocía.
-
Curita, usted cree que pueda alguna vez recibir
perdón por todo lo que hecho- ese último jueves Pablo llegó más temprano de lo
normal y se sentó al costado del curita- a veces quisiera retroceder el tiempo
y cambiarlo todo, otras veces solo quisiera más tiempo para hacer todo lo que no he hecho, muchas
vidas.
-
No desees, alma mía, vida inmortal. Goza,
mejor, de la que tienes- la voz del curita siempre era calmada- esto lo dijo
Píndaro.
-
Curita no se me ponga intelectual.
-
Mira Pablo yo soy un creyente, pero a veces
me entra la duda, ayer casi pierdo la fe, después de todo lo que he visto, me pregunté
si la existencia de Dios era coherente con el mundo en el que vivimos, con
tanta desgracia y maleficencia, la respuesta a la que llegue fue no
-
Curita lo sabía, una persona tan inteligente
como usted no podía creer en Dios, Dios es una invención del ser humano para no
encontrarse solo y abandonado.
-
No te apresures, Pablo, escúchame, luego
pensé que creer en Dios no es coherente, porque no es racional, entonces pensé
lo que tú me acabas de decir que Dios es una invención y ahí me quedé.
-
Bueno curita me va dar la razón entonces
-
Espera, Pablo- el curita se mantuvo en
silencio, respiró y retomó la conversación- cuando ya estaba al borde de la
desesperación, creyendo mi vida una pérdida de tiempo recordé esto: a veces
nosotros no recibimos lo que necesitamos si no lo que merecemos, si dios es una
invención solo pudo salir de una cabeza como la del ser humano.
-
No escupas al cielo porque puede caerte en la
cara.
-
Sí- el curita bajo su voz hasta el susurro- es
más fácil vivir creyendo en algo.
Después de caminar y revisar varias funerarias, Sebastián
y Jessica estaban agotados, el caldo de gallina los había repuesto, pero la
falta de sueño les restaba vitalidad, todavía la familia no sabía de la muerte
de padre, el dinero era un problema, ya que Sebastián había decidido que no
aceptarían nada que provenga del ejército sobre todo por cómo habían tratado a
su papá por lo ocurrido y casi todo lo habían gastado sobornando a periódicos
para que el nombre de padre no saliera
en la noticia. Jessica quería algo no muy caro, pero aceptable, un ataúd simple,
pero elegante y eso era difícil de encontrar. Era temprano y en las funerarias
se encontraban mujeres de mediana edad trasnochadas, hombres solitarios que
podían ser clasificados en lo que se conoce como freaks. Después de unas dos
horas de búsquedas, de escuchar los diferentes planes de entierro y velorio,
ver ataúdes muy caros o muy baratos y feos la frustración y el tedio empezaban
a mellar las esperanzas. Fue en ese momento que Jessica vio lo que sería su
salvación, habían llegado a la esquina y Jessica por poco se avienta a la
pista, pero la distrajo una vitrina grande, bien iluminada que mostraba tres
ataúdes más que aceptables, los dos hermanos se miraron y decidieron entrar a
probar suerte. La primera impresión que tuvieron sobre la funeraria es dudosa,
cuando entraron a la sala los dos se sentaron en unos muebles negros de cuero,
ya sentados y sin los sonidos de la calle se dieron cuenta que la canción que
de afuera escucharon, pero no entendieron era una salsa muy conocida, el nombre
de esta era yo soy la muerte,
canción del gran combo, los dos se miraron y les pareció osado poner esa
canción de música de fondo en una funeraria. Una puerta de madera separaba la
sala de espera de lo que parecía la oficina principal, pasaron cinco minutos,
adentro se escuchaban voces y de repente un gemido de mujer irrumpo en la
semi-tranquilidad. A los cinco minutos salieron tres personas, la mujer todavía
no había recuperado la calma y susurraba un dolor profundo, don Casmurro la
llevaba del brazo y el esposo de esta los seguía callado, Casmurro la
consolaba, como un padre a una hija, la mujer beso su mano y salió seguida de
su esposo. Los hermanos no entendían la sensación que le producía ver a un
hombre con barba larga y vestido a la antigua, su nombre la gente lo ignoraba,
pero lo llamaban don Casmurro por la semejanza con el personaje de Assis, eso
se los explicó apenas entraron en la oficina, el personaje era extravagante, pero
creaba cierto magnetismo, Jessica lo captó primero, luego Sebastián. Él les
explicó todo el procedimiento papeles, pero antes de firmar Casmurro decidió
llevar la situación a un quiebre.
-
La mujer que acaba de salir por esta puerta,
pobre mujer, lo que ha tenido que soportar estos días, todos creemos que se nos
cae el mundo cuando alguien se nos muere, pero que se te muera el padre y dos
días después el hijo no es cosa usual. A ustedes se le has muerto alguien.
Sebastián arqueó su ceja y respondió
con una notable molestia.
-
Cree que estoy acá porque me gusta visitar
funerarias en mi tiempo libre.
-
No sería mi hobbie favorito, pero no puedo
negar que es original
-
Se está burlando de mi.
-
¡Oh no! discúlpeme si lo he ofendido, dirigir esta funeraria no es un trabajo es mi
vida, y en toda mi vida he visto cada cosa ni que decir, por eso no juzgo a
nadie por sus pasatiempos. Me considero una persona abierta.
-
Viéndolo, entiendo porque, aceptarse a sí
mismo debió requerir apertura de mente.
-
Pues no lo niego y a usted cómo le va con
eso.
-
Mire señor tengo un padre muerto esperando un
velorio decente y todavía no le he dicho a mi madre, una mujer noble, pero un
poco idiota y una abuela que le va dar un infarto cuando le dé la noticia-
Sebastián tomó aire- así que si no
quiere atendernos y prefiere burlarse del dolor de la gente, nos retiramos-
Sebastián tomó de la mano a su hermana y se dirigieron a la puerta.
-
No quise ofenderlos, mi boca es muy grande y
hablo demás, es un problema psicológico, todos los días tomó una pastilla, pero
la pastilla no debe ser muy eficaz, porque hablo siempre lo primero que se me
ocurre, ruego que me disculpen y puedan aceptar que les organice el velorio.
Sebastián y Jessica aceptaron las disculpas y firmaron un
contrato que les brindaba más de lo que habían esperado. Antes
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