EL CAMINITO DEL CERRO
Es invierno en ese pueblo frio, conformado por cerros, caminos torcidos, casitas salpicadas aquí y allá.
Sus habitantes se recogen al anochecer y la
quietud se va haciendo grande. La madre
y la niña salen a veces, con gozo
anticipado, a visitar vecinas, a jugar loterías, a contar y a oír historias.
Esa noche casi no hay ruidos, apenas el rumor de piedrecillas que algún
animal nocturno ha movido de su sitio. Luces
fijas y otras parpadeantes en el cielo. El
aliento nuevo de la noche.
Toman la vereda que a está a espaldas
de la casa, la ascienden poco a poco, sin prisas. Al borde del camino se asienta una barda de
obra. Hay alguien allí. Una figura frágil, vestida con falda y blusa ligera, fuma, con
su rostro escondido en las tinieblas. Sólo
las volutas indolentes denotan movimiento.
La niña, seguida de la madre, hace sus pisadas más suaves. No quiere que la mujer sentada tenga miedo. Después de todo, se encuentra de espaldas a la senda oscura. La niña saluda, y la figura convocada gira
lentamente. Su cabeza primero, el torso, casi nada.
Los ojos se encuentran y es entonces
que la mujer sonríe, con dientes fríos y
opacos. Y así permanece, así queda.
La sonrisa captura a la niña, la inmoviliza... luego suspira. El hechizo se ha roto. Después avanza, seguida de la madre.
Ésta
se pregunta a quién habrá saludado la niña...
o tal vez ella no pronunció palabra alguna... y sólo escuchó el rumor de
voces lejanas, dulces... traídas por el
aire nocturno.... Porque ahí, en el camino...
no había nadie.
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