Era una guerra intensa la que se estaba
viviendo en los grandes campos de Huirle. El invierno azotaba; traía grandes
fríos, tormentas y lluvias de granizo que desgarraban miles escudos de metal.
Los lanceros y arqueros, situados por encima de las colinas más altas, disparaban
flechas y lanzas de fuego, formando en el aire gélido grandes pantallas de
balas que daban justo en los escudos de madera del adversario. Cientos y
cientos de guerreros caían con un último suspiro sobre la hierba ensangrentada.
La naturaleza, también se defendía de los monstruosos ataques de esos humanos,
escupiendo veneno en forma de gases tóxicos que penetraba en los orificios
nasales de los combatientes; hasta la última gota de veneno. ¡Por los dioses! Todo
el campo de batalla se veía envuelto en hedor a carniceria. Y por si fuera poco, el clima no acompañaba; las nubes no
paraban de reventar en estallidos relampagueantes. Era la más dura y cruel guerra
jamás vista en millones de años.
Ni pensar, que hacía solo dos días, la
tímida joven observaba en el coliseo de su pueblo natal a los dos mejores
guerreros; más que guerreros, sus más fieles amigos. Los miraba combatir en la
arena de combate junto a un explosivo público, que no paraban de lanzar desgarradores gritos de alegría sobre aquel espectáculo de
torneo El público demostraba su satisfacción y aprecio a aquellos
dos jóvenes guerreros lanzándoles polvo de pétalos de orquídea. ¡El sonido
inquebrantable del acero contra el acero de aquellas dos espadas en movimiento
no paraba de sorprender! Había que estar en constante movimiento para que el
frio no engarrote a los combatientes, ni
al público. En los peldaños de la tribuna se ofrecía caldo hirviendo de néctar
para calentar las congeladas gargantas de la muchedumbre friolenta.
Pero ahora, la joven que hace unos días
disfrutaba de un ardiente caldo de néctar, ahora yacía en el campo de batalla,
junto a sus amigos, para salvar el reinado de Huirle.
Al dar fin a la guerra, tras miles de vidas
desperdiciadas en una guerra casi que eterna, la lluvia y la tormenta dieron
lugar a un tímido sol que reaparecía de a poquito. La joven y sus dos guerreros
amigos, ya en lentos trotes a caballo, marcaban rumbo
al pueblo hogareño; festejando en largo camino por venir, una limpia y justa
victoria.
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