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lunes, 2 de septiembre de 2013

Alumo: Alexis Romero. Pais: Uruguay. ( Nivel Básico)

Era una guerra intensa la que se estaba viviendo en los grandes campos de Huirle. El invierno azotaba; traía grandes fríos, tormentas y lluvias de granizo que desgarraban miles escudos de metal. Los lanceros y arqueros, situados por encima de las colinas más altas, disparaban flechas y lanzas de fuego, formando en el aire gélido grandes pantallas de balas que daban justo en los escudos de madera del adversario. Cientos y cientos de guerreros caían con un último suspiro sobre la hierba ensangrentada. La naturaleza, también se defendía de los monstruosos ataques de esos humanos, escupiendo veneno en forma de gases tóxicos que penetraba en los orificios nasales de los combatientes; hasta la última gota de veneno. ¡Por los dioses! Todo el campo de batalla se veía envuelto en hedor a carniceria. Y por si fuera poco, el clima no acompañaba; las nubes no paraban de reventar en estallidos relampagueantes. Era la más dura y cruel guerra jamás vista en millones de años.
Ni pensar, que hacía solo dos días, la tímida joven observaba en el coliseo de su pueblo natal a los dos mejores guerreros; más que guerreros, sus más fieles amigos. Los miraba combatir en la arena de combate junto a un explosivo público, que no paraban de lanzar desgarradores gritos de alegría sobre aquel espectáculo de torneo  El público demostraba su satisfacción y aprecio a aquellos dos jóvenes guerreros lanzándoles polvo de pétalos de orquídea. ¡El sonido inquebrantable del acero contra el acero de aquellas dos espadas en movimiento no paraba de sorprender! Había que estar en constante movimiento para que el frio no engarrote  a los combatientes, ni al público. En los peldaños de la tribuna se ofrecía caldo hirviendo de néctar para calentar las congeladas gargantas de la muchedumbre friolenta.                                                                                                           
Pero ahora, la joven que hace unos días disfrutaba de un ardiente caldo de néctar, ahora yacía en el campo de batalla, junto a sus amigos, para salvar el reinado de Huirle.
Al dar fin a la guerra, tras miles de vidas desperdiciadas en una guerra casi que eterna, la lluvia y la tormenta dieron lugar a un tímido sol que reaparecía de a poquito. La joven y sus dos guerreros amigos, ya en lentos trotes a caballo, marcaban rumbo al pueblo hogareño; festejando en largo camino por venir, una limpia y justa victoria.  



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